Comentario al Evangelio del domingo, 14 de mayo de 2023

Fecha

14 May 2023
Finalizdo!
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

 Últimas palabras a los amigos


 

 

1. SI ME AMÁIS…

 

            Algo debemos haber confundido los cristianos, cuando nos hemos llenado de obligaciones, y mandamientos, que nos hacen andar entre «cumplimientos».  «Hay que» oír misa entera todos los domingos y fiestas de precepto». «Hay que comulgar en Pascua florida», confesar al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar».  «Hay que dar ayuda económica a la Iglesia». «El que quiera casarse tiene que hacer un cursillo de novios», «hay que ayunar en cuaresma y abstenernos de la carne ciertos días». Es imprescindible rezar… En asuntos de sexualidad un cristiano «no puede»… (mejor sin ejemplos). Y están los mandamientos, y las obras de misericordia y… ¡Tanto que hacer, y tanto que hay que dejar de hacer…!
          Este modo de plantear las cosas de la fe cristiana es más bien poco atractivo, y se parece más a una «dieta» que a una Buena Noticia. Puede que haya podido resultar apropiado para personas inmaduras, inseguras, poco formadas… Sin embargo, estoy convencido de que las propuestas de de Jesús iban por otro lado. Y estoy convencido por palabras como las que dan comienzo al evangelio de hoy: «Si me amáis»… 
        El amor es la Palabra más repetida por Jesús, por sus apóstoles, es la que mejor resume todo su mensaje y toda su vida, incluso sirve para describir lo esencial de Dios: «Dios es amor». Los mandatos de Jesús se resumen en Amar, son el único mandamiento y la señal de que somos sus discípulos.  Por eso, el discípulo de Jesús sería aquel que ama a Jesús, y se siente amado por Jesús, y procura amar como Jesús

          Dicho de otra manera: Pensemos en una persona a la que queramos especial y entrañablemente: un amigo, un familiar, nuestra pareja (el que la tenga, claro). Lo normal es estar pendientes de sus necesidades y deseos. La tenemos en cuenta de un modo u otro al organizar nuestro tiempo, nuestras decisiones y nuestra vida. Procuramos hacer lo que le agrada, nos interesa conocer a la gente a la que quieren, procuramos pasar tiempo con él/ella y conocerla cada vez mejor, la nombramos a menudo, sabe que cuenta con nuestro apoyo incondicional y ayuda… Y somos capaces de increíbles y generosos esfuerzos y sacrificios para hacerles la vida mejor. Podríamos valorar la calidad, la importancia, el valor que le damos a esa relación personal por la capacidad de hacer realmente todas estas cosas.
              Y en estos casos se vuelven impensables las obligaciones, las imposiciones… Imagina que esa persona especial te invita a comer. No se te ocurriría decirle: ¿Es obligatorio que vaya? ¿Me vale si llego después del primer plato? ¿Cuántas veces tengo que ir a visitarte al año?, etc. Sería totalmente absurdo y sin sentido. ¿Y en la fe cristiana sí?

           Jesús ha llamado «amigos» a sus discípulos. También a ti te ha llamado amigo. Discípulo es «el amigo de Jesús».  Y por eso, como amigo suyo, estoy espontáneamente pendiente de lo que desea y necesita de mí. Cuento con él a la hora de organizar mi tiempo, mis opciones y mi vida. Le tengo presente a menudo, procuro dedicarle una parte de mi tiempo para pasarlo juntos «tratando de amistad con quien sabemos que nos ama»… (Sta Teresa de Jesús). En las decisiones que voy tomando, pienso: ¿Qué le parecerá a él? ¿Qué querría él que eligiera o hiciera? 
            Y si cae en la cuenta de que algún comportamiento, actitud o acción no ha sido de su agrado, no ha sido lo que él habría esperado… que le ha fallado o decepcionado…  no se espera para para reconciliarse "una vez al año" (o más) , y restablecer la comunión herida. Necesita reconciliarse lo antes posible.

           Al comenzar sus últimas palabras, Jesús se ha dirigido a ellos llamándolos «amigos», por tanto no está en clave de «mandar» que cumplan nada. El amor no impone «obligaciones», aunque en realidad nos obliga mucho. Y además, con el amor nunca podemos decir que ya hemos «cumplido». Porque la medida del amor es el amor sin medida
         Jesús les recuerda que les ha amado mucho y de manera única: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y yo doy mi vida por vosotros». Se trata de un Amor que va a permanecer dentro de ellos, haciéndoles instrumentos de su amor («mora con vosotros y está en vosotros»). Será el Espíritu de Jesús, el Paráclito, quien hará posible que amen y que amemos como él. El seguimiento, el compromiso, el testimonio, la capacidad de entregarnos a los demás -como él- hasta dar la vida… depende del amor que le tengamos a Él y del amor que Él nos haga experimentar. Dependen de ese Espíritu que nos habita y nos hace arder en caridad. Y para quien le ama verdaderamente, todo se le hace poco: guardará sus palabras y las hará vida. Será OTRO CRISTO.

            Podríamos pensar que nuestro amor siempre será poco comparado con el suyo. Pero no es del todo verdad, porque Jesús ha unido su Amor al del Padre y al nuestro para que el poder de nuestro amor sea infinito, tan grande como el suyo: «Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros». El Resucitado ha decidido estar siempre con/en nosotros y facilitarnos el que lo conozcamos cada vez mejor por medio de su Espíritu («le amaré y me revelaré a él»). Sólo quien le ama le podrá encontrar y conocer de veras («el mundo no lo ve ni lo conoce… pero vosotros sí me veréis»). Nos ocurre también con las personas que amamos: cuando queremos a alguien a fondo, verdaderamente, podemos afirmar que lo conocemos, y cuanto más lo vamos conociendo, más lo amamos, más lo tenemos en cuenta, más disfrutamos de su cariño… Más todo. 

 

2. «GLORIFICAD A CRISTO EN VUESTROS CORAZONES»

           Son palabras dichas casi de puntillas en la Carta de Pedro.  Para el judío, el corazón es el centro de la persona:  El corazón piensa, decide, ama, es donde se encuentran las actitudes y la voluntad. Es muy parecido a lo que para nosotros es el cerebro y el corazón juntos. De modo que «glorificar a Cristo en el corazón» significa poner a Cristo en todas las cosas que hacemos, pensamos, decidimos y buscamos. Cuando yo pongo lo mejor de mí mismo (lo que creo que me pide Cristo) en el trato con mi familia, con una persona que sufre; cuando busco el mayor bien de mis hermanos, cuando soy capaz de perdonar a quien no se lo merece; cuando sirvo a quien no me lo va a agradecer; cuando disculpo a quien se ha equivocado, cuando renuncio a lo mío para estar más disponible. Cuando soy buen padre, buen esposo, buen compañero, buen trabajador, buen vecino, buen ciudadano… estoy dando gloria a Cristo. Es decir: estoy mostrando que de verdad le conozco y le amo… y lo llevo en el centro de mi corazón. 

 

3. «ESTAD PRONTOS A DAR RAZÓN DE VUESTRA ESPERANZA»

     Para que se queden confundidos todos esos que os critican o desprecian vuestra conducta por ser cristianos. Nuestro mundo está sediento de testigos, y muy cansado de palabras. Dar razón de la esperanza es «vivir las cosas de la vida cotidiana de otro modo».  Cuando llega la enfermedad y la aceptamos con entereza, con serenidad, con paz… Cuando alguien es capaz de sacar tiempo de entre sus múltiples compromisos y ocupaciones para -por ejemplo- ofrecerse como Catequista… Cuando alguien decide «cambiar» sus merecidas vacaciones de Semana Santa, para acompañar y animar las celebraciones de una Comunidad Cristiana -sea la propia u otra que esté más necesitada-. Cuando uno programa su verano, o incluso varios años de su vida, para entregarlos en un País del Tercer Mundo…  Cuando uno sacrifica algo de sus ahorros para ayudar a pagar una Residencia a una persona mayor que no tiene pensión suficiente, … Cuando se compromete visitar a alguno de los muchos enfermos o ancianos que viven solos, cuando decide no comprarse el último chisme que ha salido al mercado, o más ropa que casi ni le cabe en el armario, cuando… (¡qué larga podríamos hacer esta lista!) está dando razones de su esperanza, está mostrando que en su vida hay algo distinto. Mejor: Hay Alguien distinto, que es el motivo de su alegría y de su libertad y que le llena el corazón de esperanza.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen  inferior Fr. Felix Hernandez, op

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