Comentario al Evangelio del Domingo 15 de Diciembre de 2024
¿Qué debemos hacer?
Queridos hermanos, paz y bien.
Ya queda menos. Se aproxima la Navidad. Empezamos la tercera semana de Adviento. Es el domingo “Gaudete”, “Alegraos”. Las lecturas nos lo repiten, para que no se nos olvide. Que somos dados a la tristeza, sobre todo en invierno.
La semana pasada el Bautista hablaba en general del arrepentimiento por los pecados y la conversión a una nueva vida. Sin dar instrucciones precisas, sólo en general. Hoy la cosa se concreta más. Vamos a ello.
La primera lectura es un alegato a favor de la misericordia divina. Un buen motivo para alegrarnos es que Dios es siempre misericordioso. El Señor ha revocado tu sentencia, nos dice el profeta Sofonías. El tiempo en que vivió no era demasiado bueno. La situación era catastrófica, pero, como profeta verdadero, supo ver la luz en medio de la oscuridad, y fue capaz de percibir la presencia de Dios en medio del pueblo.
Un detalle en el que Sofonías pone el acento es que el enfado de Dios no va contra el pecador, sino contra el pecado. Con las personas, Dios solamente realiza obras de salvación. No castiga. Por ese motivo, todos pueden alegrarse, no hay motivo para tener miedo. Es el mismo esquema que el evangelista Lucas repite con el anuncio del ángel Gabriel a María: “alégrate”, no temas”, “el Señor está contigo”. Y, con María, nuestra Madre, podemos alegrarnos todos.
El primer versículo del fragmento de la carta de san Pablo de hoy lo usamos mis compañeros y yo en nuestro recordatorio de la ordenación. Queríamos recordar precisamente eso, que debemos estar siempre alegres. No sé si siempre lo hemos conseguido, pero lo que sí sé es que saber que el Señor está cerca es una buena ayuda en la vida. No es imprescindible tener muchos éxitos en la vida, o una salud de hierro, o muchas cosas materiales. Tampoco significa vivir libre de preocupaciones (los Filipenses, como Pablo, tenían los mismos problemas que nosotros, sino más). Sentir esa cercanía es la fuerza del cristiano, La fe da la certeza de que todo lo que pasa forma parte del plan de Dios y, por eso, todo terminará bien. Como tiene que ser. Como quiere Dios. Con mucha paz. A pesar de todo.
Y para colaborar en este plan, nosotros, ¿qué podemos hacer en este momento? ¿Cómo podemos convertirnos, para dar esos “frutos” de los que habla el Bautista? Y “frutos”, en plural, para demostrar que la conversión es verdadera. Hay que ordenar la cabeza y el corazón, para poder reaccionar.
Lo primero que pide el Bautista es relativizar los bienes materiales. Para que Dios entre en nuestra vida, debemos hacerle sitio. Sabemos que lo material es importante, pero hay que ponerlos en su lugar.
Me parece importante recordar una cita del Catecismo de la Iglesia Católica, concretamente, el número 2446: San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; […] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6). Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia” (AA 8): «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia» (San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21, 45).
Es una buena forma de revisar los “pecados de omisión”. Si alguien pasa necesidad cerca de mí, y yo miro para otra parte, no hago el bien que debo hacer. Puede ser un buen propósito para este Adviento, repartiendo “mis túnicas”, intentando hacer el bien que, en otras ocasiones, he dejado de hacer.
Lo segundo a lo que apunta el Bautista, en su exhortación a la orilla del Jordán es a la forma de cumplir con nuestras obligaciones. A los publicanos y a los soldados no les dice que se vayan al desierto, o que adopten la vida monástica o sacerdotal. Les dice que pueden realizar su trabajo de otra manera, con más responsabilidad, y siendo justos. Es un consejo que nos viene bien también en nuestro camino de Adviento.
Todo lo que hacemos, ya sea en casa, en la oficina, en la escuela o en la universidad, se puede llevar a cabo de muchas maneras. Lo mínimo que se nos puede pedir es que lo hagamos con responsabilidad – nuestra obligación como individuos – pero, como cristianos, se nos puede pedir algo más. Cosas que no se incluyen en el contrato, como la sonrisa, la amabilidad, la empatía… Para poder recibir al Niño Dios que viene, estar atentos a los hermanos es la mejor manera.
Nos avisa también Juan del peligro del abuso de poder, de aprovecharnos de una posición de fuerza. Puede ser una posición de superioridad provocada por la diferencia en la escala social, en la educación, puede ser por la jerarquía en el trabajo… No tenemos espadas como los soldados, pero, a veces, las palabras “matan”. Para que Cristo entre en nuestra vida, debemos ser de maneras y formas suaves, como fue el mismo Jesús.
En definitiva, hay que cambiar algo en nuestras vidas – y es preciso rezar mucho – para que dejemos de imponer nuestros puntos de vista, dejemos de estar tranquilos con lo que hacemos, y permitamos a Cristo entrar en nuestras vidas. Eso que nos da miedo, porque nos exige cambiar lo que no va bien. No siempre lo vemos como un motivo para la alegría. Pero para eso Él viene a nosotros. Cada uno debiera escuchar la llamada concreta que este año le dirige a él el Señor. Deja entrar al Evangelio y a Cristo en tu vida: Él viene, y no tardará. Ésta es la gran noticia. Y hazlo con alegría. Siempre.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.