Comentario al Evangelio del domingo 16 de junio de 2024.
El Reino de Dios.
Queridos hermanos, paz y bien.
Todo tiene su tiempo y su lugar. Recuerdo, cuando era niño, “la fruta de temporada”. Había productos que solo se podían conseguir en determinadas épocas del año. Eran otros tiempos. En esta era de la globalización todo está disponible siempre. Tiene sus cosas buenas, claro, pero… Y además lo queremos todo al instante. Si la entrega de un pedido se dilata más de dos días, ya nos parece mucho. Vivimos demasiado rápido.
En tiempos de Jesús la vida tenía otra cadencia. El ritmo lo marcaba la naturaleza, la jornada comenzaba cuando clareaba el día y se terminaba cuando oscurecía. Era otra cosa. Muy diferente. Aunque las preguntas más básicas ante la vida, seguramente, serían las mismas. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos… Qué pasará mañana. Cómo nos tratará el destino.
Y, ante el mensaje de Jesús, la Buena Nueva del Reino, también habría dudas, preguntas, estarían muy despistados, ante la novedad de esa realidad misteriosa de la que hablaba Cristo. Alguna intuición tendrían, verían que Jesús creía en lo que decía, pero es posible que se les escaparan muchas cosas. A nosotros, veintiún siglos después, sabiendo lo que pasó realmente, no siempre nos resulta fácil entender todo. Es normal que los coetáneos del Maestro tuvieran toda clase de representaciones del Reino, quizá a cada cual más extraña, porque el Reino era y es algo misterioso. Algo difícil de entender.
Jesús tiene contacto con las dos orillas, la de Dios y la de los hombres, por eso se convierte en puente entre los dos mundos. Sabía lo que era el Reino de Dios, y sabía también lo que pensaban los hombres, lo que podían entender y lo que les resultaba más difícil. Por eso, seguramente, usa los ejemplos que hemos escuchado, para ir de lo que ya conocían, lo mundano, lo del campo, a lo que resultaba más complicado, misterioso, lo del Reino. De las semillas a los árboles. De las plantas a los frutos.
Así, ese milagro a cámara lenta, a tiempo lento, que es el crecimiento de la semilla pasando desde la brizna primera que asoma sobre la tierra, hasta la caña o tallo, y llegando a la espiga y el grano. Sí, es un milagro, pero tiene lugar a cámara lenta. Llevados quizá de la impaciencia querríamos que el fruto apareciera de repente, pero hemos de saber respetar los ritmos de las cosas, su marcha sin prisa y sin pausa. Lo mismo que la semilla grana, así la semilla del Reino granará.
No sabemos cómo, pero Dios llevará a buen término esa frágil promesa que es una semilla. A los impacientes por ver el Reino de Dios instalado inmediatamente en la tierra Jesús les decía: yo siembro y confío; yo siembro y lo demás lo dejo en las manos de Dios, con la absoluta certeza de que habrá cosecha. Esa es la tarea del creyente. Trabajar y confía, obrar como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios.
Otros, quizá el mismo Pedro, o Simón el Zelota, o alguno de los seguidores a tiempo discontinuo, podían pensar que el pequeño grupo de Jesús era impotente, no tenía medios para cambiar el mundo. No curaba a todos los leprosos, no resucitaba a todos los muertos, no daba de comer a todos los hambrientos… De nuevo Jesús usa un ejemplo que, probablemente, todos conocían en su tiempo. El grano de mostaza, parece, es del tamaño de una cabeza de alfiler, más o menos. En ese estado, es increíble que un pájaro pueda encontrar reposo en él. Y, sin embargo, de ese pequeño grano surge una planta en la que anidan las aves. Si eso pasa en el mundo, cuánto más puede suceder en el orden sobrenatural.
Es verdad que nos cuesta tener la paciencia y la profundidad para poder apreciar todo esto. Vemos lo que queremos ver, los prejuicios y las (malas) experiencias nos limitan la visión. Tenemos que aprender a mirar la vida con otros ojos, para poder ver los “pequeños milagros de la vida diaria”. Lo que sucede en la naturaleza, y lo que pasa en nuestras vidas. Se trata de ver todo como lo veía Jesús, que podía decir: “yo siembro, yo confío”. Que nuestras acciones sean también portadoras de vida, que sepamos llevar la semilla allá donde nos lleve el Espíritu. Y, como dice el salmo, siempre con agradecimiento. Que nos sintamos plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios. Con Él todo irá bien. Si bien no podemos verlo inmediatamente. Aunque lleve su tiempo. El tiempo del Reino de Dios.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.