Comentario al Evangelio del domingo, 17 de enero de 2021
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
DISCERNIR LAS LLAMADAS DE DIOS
Vaya por delante que la reflexión que sigue no se refiere exclusivamente a los jóvenes, ni sólo a una «vocación» o estado de vida. Se refiere a todas las llamadas del Señor, en todos los momentos de la vida, y probablemente no sólo «una vez».
La primera lectura nos presenta al joven Samuel, y esa «inquietud» interior que Dios le hace sentir varias veces, hasta que consigue de él la respuesta deseada.
• Está en el Templo, al ladito mismo de Dios, «donde estaba el arca de Dios». Como si dijéramos «pegado al Sagrario». Habrá dado mil vueltas por los alrededores del arca. Habrá estado presenciado muchas ceremonias en el Santuario, y habrá visto a muchas personas orando en aquel lugar sagrado… Pero él «NO CONOCÍA TODAVÍA AL SEÑOR, porque no le había sido revelada su Palabra».
Es sorprendente que este joven, que habría servido ya varios años en el Templo, no conociera todavía al Señor. Sus padres lo habían consagrado al servicio del Templo, agradecidos a Dios por ese hijo por el que tanto habían suspirado. En el lenguaje bíblico «conocer» indica una experiencia íntima, un abandono convencido e incondicional en los brazos de la persona amada (y también de Dios), así que no es tan extraño que Samuel, aun sirviendo en el templo del Señor, no hubiera tenido todavía esa experiencia personal e íntima, y por tanto no le hubiera dado su plena adhesión, su completa disponibilidad para colaborar en la obra de la salvación.
Y la razón de esta carencia está en que «desconoce» su Palabra. Lo cual puede significar dos cosas: Que todavía no le suena, no la ha leído, no la ha escuchado, no le ha prestado atención… … O bien, que no ha descubierto que esa Palabra «tiene que ver con él», que le afecta, que está «viva».
Pongamos un ejemplo: Es como si nosotros, al escuchar hoy esta primera lectura, hubiéramos pensado: ¡mira qué cosas pasaron hacen miles de años! ¡Mira qué experiencia tan curiosa tuvo el bueno de Samuel! ¡Hoy no pasan estas cosas! Nadie oye las «voces» del Señor. Pero si la Biblia ha conservado esta experiencia es para iluminarnos, para ayudarnos a interpretar nuestras propias vivencias. No se trata de un caso aislado. En esta «historia» se está hablando de ti y de mí. Y por eso hemos dicho después de leerla: «Palabra de Dios»: Dios nos ha hablado, hemos «oído» su voz. Pero quizá nos ocurra como a Samuel: no hemos sabido entenderla, no nos hemos sentido aludidos…
• Samuel está escuchando una llamada, y no ha descubierto todavía que esa llamada proviene de Dios… y se dirige a lugares equivocados y a personas equivocadas. No vayamos a pensar que Samuel realmente estuviera «oyendo voces» de Dios. El Autor Sagrado están intentando describir o «escenificar» una experiencia interior, personal… que nadie más podría «oír».
Cuando tú estás en silencio en medio de la noche, o en cualquier lugar recogido, sin distracciones, en la presencia de Dios, repasando lo que has visto, oído, sentido, al cabo del día… puedes «ver» con cierta claridad que «te falta algo», que no estás tranquilo, que no te sientes satisfecho, que tienes que hacer algún cambio, tomar una decisión, dar algún paso concreto, que tienes que responder a una petición, que estás inquieto… Te pasa como a Samuel. Y como le pasó a Andrés o Pedro: Necesitaban y esperaban algo más, distinto de lo que ha hacían o tenían. No es Juan Bautista, ni se trata de conformare echando las redes en el mar de Galilea,como siempre, ni es acudir al Templo… Pero ellos sí que acertaron con la persona y lugar adecuados.
Cada cual podría analizar dónde está yendo para dar respuesta a esas llamadas interiores. Porque tal vez nos podamos estar confundiendo de personas, de sitio, de ocupación… Y Dios nos hace «notar» que quiere de mí otra cosa…
• Samuel no es capaz de reconocer o encontrar por sí mismo al Señor. Tampoco Andrés y el discípulo amado son capaces por su cuenta de descubrir quién es el verdadero y único Maestro. Necesitan «guías» o mediadores que hayan tenido esa experiencia. Personas que orienten sus pasos por caminos que ellos han recorrido antes y siguen recorriendo todavía. En una palabra: Maestros de vida, personas con «experiencia de Dios». Así Elí enseñará a Samuel la actitud de disponibilidad y el modo de escuchar la Palabra que está «oyendo». Y Juan Bautista invitará a dos de sus discípulos a marcharse de su lado para que «convivan» con el Señor al menos durante un día. Hace falta, por tanto, salir de la comodidad de «la cama», de mi barca y mis redes, de mi «grupo de siempre», de mis costumbres y mis oraciones de siempre… para encontrarse con el Señor… donde el Señor está, donde Él «vive», donde él va, con los que él prefiere estar.
• Los llamados, los que ya han tenido la experiencia de «conocer» aunque sólo sea un poquito más, se convierten en «llamadores». Esa ha sido la tarea de Elías, de Juan Bautista, y de los dos primeros discípulos de Jesús: «Hemos encontrado al Mesías»… y llevaron (a Pedro en este caso) hasta Jesús. Ellos han sido los responsables de que otros se encuentren con Dios y le respondan.
Por eso es indispensable que todo cristiano hable y comparta con otros hermanos su experiencia de haber encontrado al Mesías, de haber pasado «todo un día con él», de haber escuchado su llamada, de haber tenido que hacer sus renuncias para hacer posible el encuentro, de haber sentido cómo puso en él su mirada para encomendarle alguna tarea…
• Por último: Quiero subrayar que Dios Padre y su Hijo Jesucristo «necesitan» siempre de colaboradores a tiempo pleno para sacar adelante su proyecto de vida. Ni el Padre ni el Hijo hacen las cosas ellos solos, y por eso derraman continuamente su Espíritu en nuestros corazones. Cuando hay tanto que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay tantas cosas que no se hacen… ¿no será que no estamos escuchando la Palabra, que no acudimos a algún maestro de vida, que no nos levantamos «de la cama», que no salimos de nuestras redes, que no damos la respuesta adecuada a nuestras inquietudes interiores…? Cada oración que dirigimos a Dios pidiéndole algo, tiene que ir acompañada necesariamente de otra oración: «Habla, Señor, que tu hijo escucha», «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad...». Porque orar no es esperar que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en sus manos para que Él pueda arreglarlas.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo