Comentario al Evangelio del Domingo 2 de Marzo de 2025
De lo que rebosa el corazón habla la boca.
Queridos hermanos, paz y bien.
Sigue Jesús instruyendo a sus Discípulos. Es el tercer domingo que la Liturgia nos presenta el discurso inaugural de Jesús. Comenzó recordándonos quiénes son los felices, los dichosos. Hoy el Evangelio nos presenta una serie de dichos, que no tienen mucho que ver entre sí, pero que nos ayudan a entender cómo tenemos que vivir para ser bienaventurados. Es que nunca se acaba de aprender a ser discípulo.
La primera lectura nos recuerda que conocemos a las personas cuando hablan. Ben Sirá da sabios consejos: no debemos dejar que la primera impresión nos influya. Para saber lo que las personas tienen en sus corazones, debemos dejar que hablen porque «un hombre es probado por su conversación Por supuesto, las palabras no bastan, pero de lo que rebosa el corazón habla la boca, como dice Jesús en el Evangelio.
Y por cuarto domingo consecutivo escuchamos al apóstol Pablo. Hoy con una invitación a la esperanza. A no rendirnos, a pesar de las dificultades. No viene mal, cuando a nuestro alrededor el mundo va como va. Para que no nos perdamos, el Apóstol de los gentiles hace un resumen de su mensaje. Al entrar en la nueva vida, las personas simplemente no recuperan el cuerpo que tienen en este mundo, sino que en el nuevo mundo todo estará cubierto de incorruptibilidad e inmortalidad. Pero eso no significa que tengamos que estar como los Apóstoles, después de la Ascensión de Cristo: mirando al cielo, con la boca abierta. Al contrario, nos exhorta a trabajar, a ser levadura en el mundo, a participar en lo que pasa en este mundo, con la certeza de que todo el bien que llevamos a cabo, todo lo bueno que compartimos no se perderá. “Manteneos firmes e inconmovibles”, sabiendo que los esfuerzos no son inútiles, cada pequeña gota de amor cuenta en el océano del Reino de Dios.
Los cristianos deben ser aquellos que ven bien, que saben cómo elegir los valores correctos en la vida, que pueden indicar el camino correcto a aquellos que andan a tientas en la oscuridad. El dicho de que un ciego no puede guiar a otro ciego es de lógica elemental; el problema surge cuando este ciego, está convencido de que puede ver, y empieza a guiar a los demás. Hay que tener cuidado.
Una solución podría ser no preocuparnos por la vida de los demás, para no arriesgarnos a perjudicar a nadie. Pero eso no sería cristiano. Me parece que Jesús no nos dice que hemos de desentendernos de los otros. Cada uno es responsable de sí mismo y es también responsable de la suerte del prójimo. Pero también nos hemos de dar cuenta de que convertirnos en guías de otras personas no es algo que uno debe tomarse a la ligera. Si eres ciego y te metes a guía de otro ciego, eres responsable no sólo de tu propia caída; lo eres también de la caída del otro.
Sigue Jesús dando consejos. Se podría traducir como «la caridad bien entendida comienza por uno mismo». Quizá parezca algo cínico este lenguaje; pero es probable que no le falte su parte de verdad. Parémonos unos instantes para analizarla: si uno no está reconciliado consigo, si no está a bien consigo, si no se acepta a sí mismo, si en el fondo se aborrece, es muy difícil que esté reconciliado con los demás, que esté a bien con ellos, que los acepte, que los ame. Pero, sea lo que sea de ese dicho, el que sí es verdadero, según la palabra de Jesús, es este otro: «la corrección bien entendida comienza por uno mismo». Esto quiere decir varias cosas.
Primera, que no seamos ciegos acerca de nuestros propios defectos y pecados, que sepamos medir su importancia y gravedad, que no seamos fáciles ni prontos en exculparnos a nosotros mismos.
Segunda: quizá sólo tengamos la sabiduría necesaria para corregir a los otros cuando hemos pasado nosotros antes por la experiencia de ser corregidos y hemos aprendido a aceptar la corrección. Es bueno que sepamos reconocer nuestros defectos cuando otros nos hacen caer en la cuenta de ellos. No nos escudemos, no abramos el paraguas inmediatamente. Sepamos ser vulnerables y dejarnos interpelar por las observaciones que nos puedan hacer los otros.
Tercera, y en ésta insiste particularmente Jesús: pongamos empeño en curarnos primero a nosotros mismos, en arreglar y poner orden en nuestra propia casa antes de meternos a curar a los otros, a reparar la casa de los demás.
Si se me permite una pequeña cita carismática, podríamos decir, con palabras de san Antonio María Claret: “tendré para con Dios, corazón de hijo; para conmigo mismo, corazón de juez, y para con el prójimo, corazón de madre.”
Una vez dados esos pasos, entonces podemos ayudar a los otros a que crezcan y eliminen aquellos defectos que puedan tener y que han de procurar extirpar. No hemos de declararles esos males como quien ataca, como agresores. No hagamos el propósito de ponerlos a caldo. La verdad, y más esa verdad delicada de los defectos de una persona, no se asesta: hay que decirla con mucha delicadeza. Puede ser muy oportuno que antes sepamos descubrir y declarar todo lo bueno que hay en el otro, para luego aventurarnos a sugerirle aquello en que podría mejorarse.
¿Cómo saber en quién puedo confiar, cuáles son los consejos correctos y los incorrectos? Dicho de otra manera, ¿cómo saber quién está ciego y quién no? Con las dos últimas imágenes del evangelio de hoy Jesús ofrece los criterios para discernir entre quien sigue al Maestro y escucha la voz del Espíritu y quien, en cambio, no sigue al Maestro y escucha en cambio a la carne y no al Espíritu. Jesús nos ofrece ahora los criterios de discernimiento.
El primero de esos criterios es el de los frutos. Higos y racimos, parecen en el texto. De los racimos de uvas sale el vino, que da alegría y anima las reuniones. Si te acercas a un hermano y sus palabras te infunden alegría, esperanza, te hacen experimentar el amor y la misericordia del Padre, has encontrado a la persona adecuada que te puede ayudar. Jesús también nos dice que seamos cuidadosos, porque quizás un hermano que está desorientado en la vida se acerca a nuestra comunidad cristiana en busca de luz, de acogida, de comprensión, de amor y Jesús nos pide que no encuentre zarzas, que no se sienta herido, juzgado y condenado, sino que solo encuentre buenos frutos: dulzura, amor. Como los higos.
El segundo criterio, el de la conversación. Si uno habla sólo de dinero, de negocios, de deportes, de murmuraciones, significa que su corazón está lleno de esas cosas. Jesús también nos invita a evaluar a los maestros de acuerdo con sus palabras: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» Lo que anuncian debe ser confrontado siempre con el evangelio. Entonces podemos evaluar si lo que se propone es comida nutritiva o una fruta venenosa.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro J. Carbajo, C.M.F.