Comentario al Evangelio del Domingo 22 de Diciembre de 2024

Fecha

22 Dic 2024

Bendita tú entre las mujeres.

Queridos hermanos, paz y bien.

Cerezo Barredo Domingo IV de Adviento - C
Nos han acompañado, a lo largo del Adviento, figuras tan importantes como el profeta Isaías, las cartas de Pablo, san José o Juan el Bautista. Y, claro está, no podíamos llegar a la Navidad sin contemplar la figura de la Virgen María. La contemplamos Inmaculada, en los primeros días, y la vemos disponible, cumpliendo la voluntad del Padre, como lógica consecuencia de un “sí” que cambió la historia del mundo, en vísperas de la Navidad.

Las lecturas nos hablan hoy de valor de lo pequeño, de la pobreza. Tanto Miqueas, como el evangelista Lucas, se refieren a eso. La primera lectura se escribe en un tiempo en el que la situación social, política y económica eran penosas. Era difícil ver la luz en medio de la calamidad. Por eso las palabras de Miqueas resuenan con más fuerza. De ese pequeño clan saldrá el futuro rey de Israel. Algo imposible para el hombre, pero no para Dios. Es una promesa de paz. Y de paz duradera. Entonces, como ahora, el mundo no anda precisamente sobrado de paz. Y ahí podemos ver un primer reto, para nosotros, cristianos del siglo XXI: sembrar paz en el propio corazón, en la familia, en la comunidad…

El profeta Miqueas pensaba ciertamente en un rey de la dinastía de David. Un rey al uso, con las limitaciones que solían tener los monarcas de su tiempo. Pero Dios –como suele hacer– cumple sus promesas más allá de toda expectativa humana. Deja que pasen otros 700 años y una mujer, María, da a luz al anunciado Hijo de David.

Es que Dios lo cambia todo. Lo recuerda el autor de la Carta a los Hebreos, hablando de los sacrificios de animales que se celebraban en el templo de Jerusalén. Hasta la llegada de Cristo, había que cumplir con múltiples normas rituales. Pero Jesús lo renueva todo. No ofrece un sacrificio, sino que se ofrece a sí mismo, dando cumplimiento a las palabras del salmo 40 (39): “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Su sacrificio pone fin a las ofrendas cruentas, para inaugurar una nueva era. no son nuestros sacrificios, ni nuestras ofrendas las que nos salvan, es el sacrificio único de Cristo el que nos ha reconciliado con Dios.

Cristo se ofreció a sí mismo al Padre, le ofreció el sacrificio de Sí mismo, como víctima de propiciación por nuestros pecados. Ofrezcamos también nosotros al Padre el sacrificio de nosotros mismos, obedeciendo siempre su voluntad. Y hagámoslo uniendo el sacrificio de nosotros mismos unido al sacrificio de Cristo. En el tramo final del Adviento de este año, puede ser una buena oración el pedirle al Padre que nos ayude a buscar su voluntad y – muy importante – cumplirla. Como hizo Jesús, como hizo su Madre, María.

También era pobre y pequeña María. La Virgen María que, después de ser sorprendida por Dios, se pone con prisa en camino, para ayudar a su prima Isabel. Sin pensar en su pequeñez, en su pobreza, responde a la necesidad que percibe. Como en las bodas de Caná de Galilea. No debió de ser fácil llegar a su destino, por caminos poco seguros y ya esperando a Jesús. Pero lo hizo. A nosotros nos cuesta a veces levantar el teléfono para llamar a un familiar o a un amigo del que hace mucho que no sabemos nada, o cruzar la calle para hacerle la compra a un anciano impedido. Menuda diferencia.

María lo hace todo por fe. Por pura fe. La fe de María la hace feliz, dichosa, bienaventurada. La fe de María no fue intelectual, nacida de una comprensión completa de las palabras del ángel Gabriel. La fe de María fue una fe existencial, nacida del amor y de la confianza en el Dios que le hablaba a través de su mensajero. Así es siempre la fe verdadera, la que mueve montañas y la que hace milagros. La razón no enciende, por sí sola, el fuego creyente del corazón, porque la fe sin amor es una fe fría y arrobada. La fe que nos hace felices es la fe que brota del corazón creyente, la fe que se apoya en esas razones que tiene el corazón y que la razón no entiende, como nos dijo Pascal.

Como hizo María, es bueno que queramos salir de nosotros mismos, que empecemos a andar, a ir hacia los demás. Con el ejemplo de María, en este cuarto domingo de Adviento, cuando ya estamos a las puertas de la Navidad, es bueno que nos propongamos hacer de nuestra vida un camino hacia el prójimo, para ofrecerles ayuda, para llevarles un mensaje de paz. Al final, lo que quedará de nuestra vida, a los ojos de Dios, es lo que hayamos hecho por el prójimo. El egoísmo es una fuerza centrípeta, que nos empuja a caminar siempre en dirección hacia nosotros mismos, mientras que el amor es la gran fuerza centrífuga, que nos empuja a caminar en dirección a los demás.

Dios quiere que también nosotros, como María, vivamos siempre caminando hacia el prójimo, dando a los demás en todo momento lo mejor de nosotros mismos, llevando alegría a nuestros hermanos. Vivir el Adviento como un camino de amor hacia el prójimo es una forma muy cristiana de prepararse para la Navidad. Si Juan personifica la llamada a la conversión, María significa la actitud de fe. María es la mujer que acoge la Palabra y la mujer que entra en las intenciones de Dios. Percibe lo que Dios quiere para ella y lo lleva a cabo. Siempre disponible. Portadora de alegría. Por eso es bendita entre las mujeres. Por eso es un modelo para todos nosotros.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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