Comentario al Evangelio del domingo, 22 de octubre de 2023

Fecha

22 Oct 2023
Finalizdo!
Alejandro Carbajo, CMF

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

Queridos hermanos, paz y bien.

Al tomar la primera lectura de hoy, podemos pensar: ¡Qué cosas le pasaban a aquel tal Ciro, hace no sé cuántos años! Es digno de admiración. ¡Qué suerte tuvo de que el Señor se dirigiera a él de forma tan clara! Sin embargo, ¿qué tiene que ver lo que le pasó a aquel profeta con lo que me pasa a mí? Cuando Dios y el hombre se encuentran, su Palabra pretende cambiarnos a nosotros y las relaciones y situaciones de nuestro mundo. Y decíamos también que, cuando Dios nos sale al paso, se encuentra con unos hombres concretos, que viven en situaciones concretas, y es con ellos en esas circunstancias, con quienes quiere entrar en diálogo.

En tiempos de Isaías, cuando escribe a Ciro, el pueblo lo estaba pasando mal: había muchos problemas, se habían desanimado, cada cual se buscaba la vida como podía, y se consolaban y entretenían con falsas esperanzas: no estaban dispuestos a enfrentar su situación con valentía. Derrotismo, comodidad, confusión y desesperanza. Ahí surge el profeta, para proclamar su mensaje.

Aclaremos qué entendemos por profeta. No es un señor extraño con dotes de adivinación sobre lo que ocurrirá en el futuro. Tampoco solían ser personajes de prestigio o grandes dotes de convencimiento u oratoria. El profeta es, ante todo, una persona muy sensible a lo que está ocurriendo en medio de su pueblo. Es también alguien con profunda experiencia de oración, consciente de sus limitaciones y… Poca cosa más.

El día en que fuimos bautizados, y recibimos la unción con el aceite sagrado, el sacerdote pronunció sobre nosotros unas palabras muy importantes. Estas:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que te ha liberado del pecado y dado nueva vida
por el agua y el Espíritu Santo,
te consagre con el óleo de la salvación
para que entres a formar parte de su pueblo
y seas para siempre miembro de Cristo,
sacerdote, profeta y rey.

Es decir: que todo bautizado ha recibido una llamada de Dios para que sea su profeta, su portavoz, su mensajero. También de ti y de mí dice Dios que «antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré, y te nombré profeta». Todo un Dios soñando desde toda la eternidad contigo, para encomendarte una tarea: decir a todos lo que Él nos manda. Todo un Dios esperando una respuesta por tu parte, un acoger su Palabra, hacerla tuya, y anunciarla, yendo contracorriente, y viviendo de distinta manera a como vive todo el mundo… Más que nada, porque el mundo no va como Dios quiere.

Si miramos a nuestro mundo, vemos que no todo está en orden. Hay muchas guerras activas. Nos vemos envueltos en situaciones de violencia, con muchos muertos, demasiado a menudo. La ciencia sigue amenazándonos con descubrimientos que rozan los márgenes de la moralidad. Podíamos añadir muchas más cosas… Pero lo que importa ahora es decirse: ¿Y yo qué puedo hacer? Diga lo que diga, haga lo que haga, no me van a hacer caso…                           

La misma sensación que tuvo el gran Isaías. Y no es distinto lo que le pasó a Jesús: el profeta, el mensajero de Dios, siempre es rechazado. No es creíble que las actitudes que nos anuncia su Palabra, puedan servir para algo. Nos llamarán retrógrados, desinformados, o fanáticos. O nos buscarán las cosquillas, podemos tener problemas.

A Jesús le quisieron liar, buscaban acusarle con sus propias palabras. Si decía pagad el impuesto, los revolucionarios podían acusarle de colaborar con los romanos. Si decía no paguéis, le podían acusar los herodianos de revolucionario. Y no se podía responder, como en las encuestas, no sabe, no contesta.

Jesús nos hace una invitación muy concreta. Yo cambiaría el orden. Primero, dar a Dios lo que es de Dios. Reconocer que está en nuestras vidas, que sin Él podemos hacer poco, o nada, y que necesitamos su apoyo. Y después, desde esta clave, mirar al mundo de otra manera. Cada cosa en su sitio, a cada cosa su momento y su importancia. Lo serio, con seriedad. Las cosas alegres, con alegría. Y así podremos ser profetas.

Y dar al César lo que es del César, también nos obliga. No estamos fuera de la sociedad, no estamos fuera de la ley. También ahí podemos dar testimonio de vida cristiana, ser profetas. En el ambiente donde nos movemos. Que no se nos olvide que en nuestra vida no puede haber compartimentos estancos. No podemos vivir de 10 a 12 de la mañana como cristianos, de 12 a 2 de la tarde como ciudadanos trabajadores, de 2 a 4 como hijos o padres de familia y por la noche, ya veremos. Como tampoco podemos decir te quiero mucho, mamá, de lunes a jueves. No podemos poner límites a nuestra vida de cristianos. Es decir, no podemos poner límites al amor, a Dios y a los demás.

Y, si nos sirve, siempre podemos volver a los orígenes. Tenemos una buena referencia en la Carta a Diogneto, escrita en el siglo 2 d.C. Allí se describe a los cristianos de este modo: “Los cristianos no se distinguen de los otros hombres ni por nacionalidades, lenguas o costumbres. Viven en ciudades griegas y bárbaras como les ha tocado vivir a los demás, adecuándose a las costumbres del lugar en el vestir, en el comer y en todo en resto, testimoniando una vida social admirable y sin duda paradójica. Viven en su patria, pero como si fueran extranjeros; participan en todo como ciudadanos y de todo están desprendidos como extranjeros. Toda patria extranjera es su patria y toda patria es extranjera. Se casan como todos y tienen hijos, pero no se deshacen de los recién nacidos. Ponen en común la mesa, pero no la cama. Viven en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes establecidas y superan las leyes con su comportamiento. En pocas palabras, como el alma está en el cuerpo, así están los cristianos en el mundo” (Carta a Diogneto, V, 1-10; VI, 1.) Que así sea.

 

 


Imagen: Ángel M. Felicísimo from Mérida, España, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

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