Comentario al Evangelio del Domingo 23 de Febrero de 2025
Amad a vuestros enemigos.
Queridos hermanos, paz y bien.
El mensaje del Evangelio de hoy es de esos que, quizá, no precisaría de muchos comentarios. Bastaría con leerlo tranquilamente, para que entendiéramos lo que Jesús nos quería decir. Lo que no significa que estemos siempre de acuerdo, o que sea fácil de cumplir. Por eso es bueno meditar un poco sobre ese Evangelio y sobre las demás lecturas.
Es que algunas veces parece que Jesús exagera con sus propuestas-peticiones. Parece que nos pide imposibles. No tenemos muchas ganas de ir por el mundo recibiendo bofetadas, y poniendo además la otra mejilla. Y no nos apetece andar comprando abrigos cada dos por tres, que sale muy caro ir regalando el que llevamos puesto. El caso es que no es para tomárselo a broma, por eso quizá tengamos la tentación de censurar o, directamente, saltarnos esta página, cuando leemos el Evangelio. Porque con los Diez Mandamientos nos basta y nos sobra. Son más razonables, por decirlo así.
Pero, a la hora de la verdad, este texto está en los Evangelios porque se consideró útil para la vida de los creyentes de todos los tiempos. Para andar por el mundo los Diez Mandamientos no son suficientes, sobre todo si los vivimos de forma algo superficial. Ciertamente, en nuestro camino nos podemos encontrar con gente que nos insulte, que nos maldiga, que nos injurie, que no devuelva lo que le prestamos, incluso que nos odie. ¿Qué hacer en esos casos, para responder evangélicamente? ¿Dejarnos llevar por el espíritu del mundo – y tú más – o por el espíritu del Evangelio? El instinto natural lleva al discípulo a reaccionar, a pagar con la misma moneda, a responder a la violencia con la violencia, al mal con otro mal y con venganza. Esta página evangélica se conservó para que los discípulos del tiempo de Jesús, y de todos los tiempos, supiéramos cómo reaccionar.
Ya en la primera lectura aparece el conflicto entre la lógica humana y la lógica de Dios. Abisay, fiel escudero de David, quiere vengar a su señor, matando al que quiere matarlos. David, por el contrario, sin ser un santo (que tenía lo suyo también) toma la decisión “evangélica”. Perdona a su perseguidor, porque entiende que Saúl es el ungido de Dios y, a pesar de todo, debe respetarlo. La elección del perdón hecha por David ya es un paso significativo hacia el amor del enemigo que predicará años después el Maestro.
Para reflexionar sobre este texto de Lucas, tenemos que recordar unas palabras del domingo pasado: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” No sólo en la teoría, sino en el día a día.
O podemos también recordar la historia de muchos mártires, jóvenes o mayores, capaces de morir por aquello en lo que creían. Como los Beatos Mártires Claretianos de la Guerra Civil española del año 1936, por ejemplo. Con su testimonio les decían a sus asesinos que “nos podéis quitar la vida, pero es a Otro a quien hemos hecho entrega de nuestra voluntad. Nuestra conciencia no está a merced de vuestras promesas o de vuestras amenazas”. Los mártires no pasaron de puntillas por esta página del Evangelio. Y morir por Cristo es vivir con la radicalidad propia de una situación de vida o muerte el primer mandamiento: «amarás a Dios sobre todas las cosas». Lo amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, o sea, con tu vida misma. Y perdonando a los que te asesinan.
Todo esto no tiene lugar automáticamente. Nos recuerda san Pablo que “no es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.” Hay que recorrer un camino, que sólo se puede andar junto a y con la ayuda de Jesús. Sólo un corazón profundamente reconciliado (y esto es obra de Dios) puede aceptar esta iluminación del Espíritu, para reaccionar de forma pacífica ante una agresión, dominando los impulsos, en el terreno del bien y evitando responder al mal con el mal.
Los ejemplos que encontramos en este Evangelio no siempre hay que tomárselos al pie de la letra. Por supuesto que podemos responder, en defensa propia, si nos atacan a nosotros o a los nuestros. No hablamos de eso. Lo que Jesús quiere es que sus discípulos se dejen mover por su Espíritu, por el Espíritu de Dios, que sean testigos del amor incondicional de Dios. Y para que se entienda bien, nos da los ejemplos de la bofetada, de la capa, del pedigüeño. Se trata de ser generosos, como lo es Dios con nosotros. Romper el círculo vicioso del “ojo por ojo y diente por diente” y no rehuir al que nos tiende la mano, pidiendo ayuda.
Podríamos decir que este relato es un “manual de emergencia para tiempos de crisis y para tiempos corrientes”. Es una forma de responder cristianamente a los golpes del día a día; no dejar que las debilidades o las malas jugadas de los otros nos agrien el humor; que no se nos caliente la cabeza (y la sangre) por lo que digan de nosotros, incluso si no es verdad. Esta sabiduría y este valor para vencer al mal a fuerza de bien son don del Resucitado.
¿Por qué? ¿Por qué hemos de comportarnos así? ¿Por qué dirige Jesús esta invitación a los discípulos? Porque eres hijo de Dios, y Dios es así, Dios se comporta así. Hace que salga el sol para buenos y malos, que llueva sobre los campos de los justos y sobre los de los pecadores. La pregunta de hoy es, entonces: ¿quieres ser rostro de Dios en medio de la gente? Hacen falta en nuestra sociedad esos rostros de Dios. Vive la gratuidad, vive la respuesta paradójica. ¿Por qué? Porque eres discípulo de Jesús. Y ya sabes cómo se condujo Jesús: toda su vida estuvo presidida por la gratuidad. Y la suya fue una respuesta paradójica. Conscientes de que nuestra forma de pensar sobre todas estas cosas necesita ser corregida y conscientes también de nuestra debilidad, nos disponemos a confesar la fe (en este clima de paz litúrgica) y a orar.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Barbajo, C.M.F.