Comentario al Evangelio del domingo, 24 de septiembre de 2023

Fecha

24 Sep 2023
Finalizdo!
Alejandro Carbajo, CMF

¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Cuando yo era pequeñito, al leer este evangelio, la conducta del señor de la viña me parecía mal. A uno que estudió Derecho por vocación, eso de pagar a todos igual, aunque hayan trabajado de modo muy distinto, le sonaba raro. Mucho. Desde el punto de vista humano, parece injusto, como poco. Pero… Porque en las cosas de Dios siempre hay un pero.

Mis planes no son vuestros planes, nos dice el Señor en la primera lectura. Igual que la contabilidad de Dios no es nuestra contabilidad. Lo vimos la semana pasada, con las setenta veces siete, o sea, el perdón infinito de Dios, sin motivo aparente. Sólo por amor. Y lo volvemos a ver hoy.  Hay que aprender a contar según las matemáticas (y la lógica) de Dios.

El trabajo en la viña no es cosa fácil. Hay que estar inclinado, te cortas las manos con los sarmientos, te cansas, sudas… El que estuvo desde las siete de la mañana se ganó con creces el jornal. Parece normal que esperara más que el que no tuvo tiempo casi ni de cansarse. Aunque se pusieron de acuerdo todos en un denario. Que no parece tan mal jornal.

El plan del señor de la viña era tener ocupados a todos los jornaleros. Muestra preocupación por los desempleados, sale a diversas horas, busca que todos estén trabajando. Será que la acedía es la madre de todos los vicios. O sea, la pereza. Ese interés es de alabar. No todos los patronos se implican tanto. Podría haber mandado a un empleado, pero va él mismo. Va a ser que Dios sale al encuentro. Y sigue saliendo hoy a buscarnos. A todos. Personalmente.

Algunos llevamos en las cosas del Padre muchos años. Bautizados de pequeñitos, en un país católico, de Misa dominical, con sacramentos regularmente, se puede decir que somos de los que llevan en la viña desde la primera hora. Con todos los derechos adquiridos, como quien dice. Varios trienios. O quinquenios. Somos de los que podríamos mirar a los demás por encima del hombro.

Pero resulta que, viviendo donde vivo, he tenido la ocasión de tratar – y ayudar – a mucha gente que quería o bautizarse en la Iglesia Católica o hacer el paso desde otras iglesias cristianas. Y leyendo este fragmento, he pensado que estas personas han llegado a la viña a última hora. Y yo no soy quién para juzgar sus méritos. Ni para pensar que tengo más o menos derechos. En muchos aspectos, su entusiasmo es mayor. Descubren la Biblia por primera vez, la leen con sorpresa e interés, la Misa no es algo rutinario que se saben de memoria, se alegran de ver a la gente todos los domingos… Nosotros, los de la primera hora, ya lo hemos oído todo, tenemos a la gente muy vista y repetimos palabras de memoria.

No quiero generalizar, por supuesto, porque de todo hay en la viña del Señor… Pero puede ser una tentación muy grande ponernos en el lugar de los jornaleros de primera hora. Si algo nos enseña Jesús es a mirar a todos por igual. A acercarse a todos. A los que nos parecen buenos y a los que nos parecen malos. Sobre todo, a estos últimos. Si somos capaces de compadecernos, de padecer con los otros, de ponernos en su lugar, de mirar al mundo con los ojos de los demás, estaremos algo más cerca de Cristo. Seremos algo más como Dios.

Cuando has experimentado lo que significa que te amen incondicionalmente, puedes entender mejor porqué hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Y, si te sigue costando, repite el estribillo del salmo: cerca está el Señor de los que lo invocan. A invocarle se ha dicho, para que podamos entender la forma divina de hacer las cosas. Que no tengamos envidia del amor de Dios. Es que la bondad y el amor del Señor son lo que nos deben inspirar. Si vas bien, sigue así. Si te falta todavía camino por andar, invócale y para adelante. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo. San Pablo, un gran hombre y un grandísimo apóstol, nos exhorta así. Como Isaías, que le dice al malvado que abandone el mal camino. Nosotros no somos grandes criminales, el camino que llevamos es más o menos normal, pero algún detallito tendremos que ajustar. Eso siempre.

Decíamos la semana pasada que el perdón, como la fe, es un don, inmerecido. Esta semana, vemos que la recompensa de Dios es un don, un regalo inmerecido y, además, es igual para todos. Sólo los testigos de ese Dios, que es rico en amor, pondrán una esperanza diferente en el mundo.

Hay que saber alegrarse con el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo les diese lo acordado.

Saber contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.

Despierta. Abre los ojos. El Señor está cerca. Tan cerca, que está, ahora mismo, a tu lado, mirándote con su mirada de infinito amor. Invócale, dile que quieres estar siempre cerca de Él. Pídele que te ayude a no alejarte jamás de su mirada paternal y amable. Dile que te haga comprender de una vez que sólo tenerle a Él importa en la vida y en la muerte, que sólo cuando él nos acompaña la soledad no existe.

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