Comentario al Evangelio del domingo, 26 de febrero de 2023
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
LAS TENTACIONES DE NUESTROS DESIERTOS
La Cuaresma es el tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones con Dios y con los demás; para abrirnos en el silencio a la oración y a salir del baluarte de nuestro yo cerrado; para romper las cadenas del individualismo y del aislamiento y redescubrir, a través del encuentro y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volver a aprender a amarlo como hermano. (Papa Francisco '23)
TIEMPO DE DESIERTO
Podríamos decir con nuestro lenguaje de hoy que Jesús se toma tiempo para un retiro, para unos ejercicios espirituales.
El desierto en la cultura judía está lleno de resonancias y recuerdos. Es el lugar físico en el que un numeroso grupo de esclavos, de hombres deshumanizados, desenraizados, aprenden a caminar con otros, aprenden a ser Pueblo unido, y aprenden la libertad. Y especialmente aprenden a conocer, aceptar y fiarse de Dios. Tiempo, sudor y lágrimas les costó.
Pero además de ser un lugar físico, es también una situación vital, de encuentro consigo mismo, de revisar y reorientar la vida. Es un tiempo para discernir, para tomar decisiones, para preguntarse hacia dónde camino y con quién. Y en este «con quién» habría que incluir a las personas, a la comunidad creyente y al mismo Dios: ¿Qué pintan realmente en mi vida?
También el desierto puede ser ese «lugar» en el que a veces nos pone la vida. Cualquiera de nosotros podría describir momentos vitales en que se ha encontrado con el corazón hecho un desierto, donde parece que nada vivo puede surgir, donde se han resecado los mejores sentimientos, donde el sol de la vida lo ha dejado todo bastante seco y agrietado.
Son momentos de desierto esas ocasiones en que hay que tomar grandes decisiones sobre la propia vida, y donde, a la hora de la verdad, siempre estamos solos, porque nadie puede ni debe tomar las decisiones en nuestro lugar, y el riesgo, en definitiva, lo asumo yo.
Es también un desierto el estado de ánimo que nos queda cuando alguien muy querido para nosotros deja de estar a nuestro lado, porque la vida lo lleva a otro lado, porque hubo un malentendido, o porque su vida se apagó para siempre.
Puede ser tiempo de desierto ese día en que hacemos silencio en nuestro interior, y nos preguntamos qué estamos haciendo, qué hemos hecho, cómo estamos viviendo… y nos da la sensación de que nos hemos equivocado grandemente, y a lo mejor no sabemos decir dónde estuvo el error, o cómo corregirlo.
Y es tiempo de desierto cuando nos sentimos tremendamente solos al asumir alguna responsabilidad, algunas decisiones, algunas opciones, que otros no comparten, o ni siquiera entienden, o que desconocen.
Como también podemos hablar de de desierto cuando el resultado de nuestros trabajos no se corresponde con el esfuerzo hecho. Cuando esa ilusión que acariciábamos se nos escapa de las manos. O cuando comprobamos que nuestros mejores amigos no lo son tanto, o que, a pesar de estar rodeados de muchísima gente estamos bastante solos. O cuando la paz familiar se fracturó dolorosamente…
Con estas pistas ya podemos poner contexto al Evangelio de hoy. Nos ha dicho el Papa en su mensaje de este año: En este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida. Debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado. Un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración.
Por tanto vayamos al desierto con el Señor. O contemos con el Señor en nuestro desierto personal y eclesial actuales.
LLEGA EL TENTADOR
Cuando todo va estupendamente en mi vida, cuando mis relaciones personales son satisfactorias, mi salud no me da sustos, mi trabajo es aceptable, mis dineros son suficientes, las condiciones sociales, económicas y políticas no son especialmente duras … pues no hace falta calentarse mucho la cabeza, ni plantearse decisiones difíciles, ni tienen mucho espacio las tentaciones.
Pero aún en tiempos buenos, aunque nuestra vida sea un «jardín de Edén» (primera lectura), tarde o temprano se presenta el Tentador. Y lo hace especialmente en los momentos más difíciles, porque pronto supo que cuando las cosas se ponen negras y andamos debilitados por el cansancio del camino y de la vida, por la confusión y la falta de claridad, o por la falta de reflexión… es cuando viene con sus diabluras, porque más fácilmente caemos en tentación,
«Tentador» o «diablo», son los dos nombres que usa el evangelista, sin darnos ningún otro dato sobre este personaje. Solo sus intenciones y sus métodos. Pero suficiente para poder reconocerlo y hacerle frente.
El relato del Génesis nos lo pinta bajo la figura de una serpiente, pero tiene múltiples disfraces y recursos para confundirnos (para Jesús, su querido amigo Pedro, fue instrumento de Satanás). Su objetivo siempre es el mismo: que no seamos lo que debemos ser. Que nos apartemos de la misión que Dios nos ha encomendado. Que no aceptemos nuestra condición limitada como criaturas, y nos creamos más listos que Dios. Que los infinitos recursos que Él pone a nuestro servicio se transformen en medios para dividir y enfrentar (contra la pareja, contra la creación, contra Dios mismo), dañar, destruir, crear conflictos, jugar con nuestros deseos de modo que sean ellos nuestro criterio de vida, y no discernimiento entre el bien y el mal. En definitiva su estrategia y su objetivo es: apartarnos del bien.
LAS TENTACIONES
Las tentaciones que acechan a todo hombre pueden resumirse en TRES: tanto las que sufrió Israel como Pueblo cuando anduvo errante por el desierto, como las de Jesús a lo largo toda de su vida y en diversos momentos, como las de la Iglesia misma (en esta etapa sinodal se presentan no pocas tentaciones para no avanzar e incluso dar marcha atrás), como las de cada uno de nosotros.
+ La primera es hacernos dudar de lo que realmente somos: hijos de Dios, imágenes suyas, instrumentos de Dios para hacer el bien: «si eres hijo de Dios…», es el estribillo que acompaña a cada una: convierte estas piedras en panes, bájate de la cruz, usa tus talentos y recursos solo para ti mismo, para satisfacer tu hambre, tus necesidades. En definitiva se llama egoísmo y se llama olvidar quién soy realmente y de dónde (de Quién) vengo. Esto me ocurre fácilmente cuando dejo fuera de mi vida su Palabra. Precisamente es la Palabra de lo que se sirve Jesús para rechazar cada tentación.
+ La segunda es pretender que Dios se ponga a mi servicio, usar a Dios para mis intereses, ponerle a prueba para que me resuelva mis problemas. Es una tentación muy sutil. Precisamente segundo mandamiento se refiere a ello: «usar el nombre de Dios en vano», que Dios bendiga lo que nada tiene que ver con Él, exigirle que intervenga en mi favor. Esperar que las soluciones a mis problemas vengan de fuera, de otros. Es acercarme a la oración para darle instrucciones a Dios de lo que me interesa y conviene que haga… en vez de preguntarme en su presencia lo que tengo que hacer para no tropezar y caer, cuál es su voluntad.
+ Y la tercera vendría a ser la ambición desmedida, «todo esto te daré»… Claro, siempre queremos más, siempre queremos lo mejor, nunca estamos satisfechos con lo ya conseguido, queremos triunfar, que nos admiren a cualquier precio… y por ese camino terminamos postrados a los pies de los señores de este mundo: el beneficio, la imagen, el prestigio, el consumismo depredador de la naturaleza y de los más pobres, el usar del otro para mi ventaja, etc.
En tiempo de desierto (Cuaresma) debemos estar atentos a estas tentaciones, revestidas quizá con otros ropajes, pero siempre las mismas, para plantarles cara y vencerlas.
El Papa nos ha subrayado en su mensaje que el camino cuaresmal tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Y que a Jesús hemos de seguirlo juntos, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje.
No me alargo más. Al comienzo de esta Cuaresma: si te pilla en medio de algún desierto… este Evangelio es una oportuna ayuda para discernir lo que Dios quiere de ti, y cuáles son las tentaciones que te acechan. Si no estás ahora en momento de desierto… es la ocasión mejor para hacer unos ejercicios espirituales de 40 días… revisando tu vida para poder responder más y mejor a la misión que Dios ha querido encomendarte, aunque tengas que hacerlos en medio de tu vida cotidiana.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior de Nathan McBride. Imagen segunda de Erik Armusik