Comentario al Evangelio del Domingo 30 de junio de 2024
“Tu fe te ha curado”.
Queridos hermanos, paz y bien.
Sorprende, quizá, el comienzo de la primera lectura de hoy. “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes”. De una u otra manera, la Liturgia nos va recordando que todo lo que Dios hizo era bueno, muy bueno. Porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo hizo partícipe de la inmortalidad divina; pero el poder del pecado lo sedujo, y con el pecado del hombre vino la muerte.
Y, como siempre, Dios no nos abandona. Cuando el hombre se aleja de su Creador, Él siempre encuentra una salida para no abandonarnos a nuestra suerte. El nuevo Adán salvador es Jesucristo. Por El hemos sido salvados de la muerte cuantos creemos en Él y practicamos la justicia.
La tendencia al pecado no significa que estemos “obligados” a pecar. Se puede vivir de otra manera. El libro del Deuteronomio nos lo recuerda: “Mira −dice Moisés al pueblo− hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, vivirás. Te pongo delante bendición y maldición. Elije la vida y vivirás tú y tu descendencia” (Dt 30,15-20). Cada uno puede elegir cómo quiere vivir, siempre, ejerciendo (o abusando de) su libertad.
A ejercer bien su libertad y vivir a imagen y semejanza de Cristo invita Pablo a los Corintios en la segunda lectura. En todos los tiempos y en todos los lugares ha habido necesidad. Hasta Jesús dijo que “a los pobres los tendréis siempre con vosotros”. A Pablo le rondaba por la cabeza la idea de ayudar a los más necesitados, y que eso fuera una tarea de todos.
Para convencer a sus oyentes, Pablo recuerda el ejemplo de Cristo que, “siendo rico, se hizo pobre por nosotros”. Ayudar a los más pobres es signo de que la comunidad cristiana ha entendido y vive conforme a los sentimientos de Cristo, que se hizo nuestro hermano, por puro amor. Renunció a mucho, para poder ser uno de nosotros. Así nos dio ejemplo.
También, con lo que se recaudara en la colecta se podía ayudar a que los que menos tenían, para que las desigualdades se rebajaran. Además de rezar por los pobres, el interés y la preocupación se demuestra compartiendo lo que uno tiene. Cuidando de los suyos, sí, pero sabiendo que todo viene de Dios y que todos somos hermanos. Que no me sobre a mí lo que te falta a ti. Los bienes necesarios para la vida no deben ser acumulados. Hay que ponerlos a disposición de los más pobres, para que se puedan aprovechar de ellos también.
Pobre entre los pobres era la mujer que se acercó a Jesús. La enfermedad la convertía en una impura, marginada social y religiosamente. No había manera de poder remediar su situación. No la había, hasta que apareció en su vida Jesús de Nazaret. Posiblemente, su última esperanza. Era imprescindible encontrarse con Cristo. Pero no era tan fácil. Primero había que enfrentarse a la Ley de impureza, que la apartaba de la comunidad. Después, acercarse entre toda la gente que, de hecho, eran como una muralla humana. Vaya reto.
Pero nada puede con ella. Sin prisa, pero sin pausa, logra acercarse por detrás a Cristo, para tocar su manto. En su situación, no se sentía digna de más. Recuerda al leproso del Evangelio de Mateo (Mt 8, 1-4). Este leproso, con toda humildad, de rodillas le pide a Jesús que, si quiere, le curre. Está dispuesto a aceptar la decisión que el Maestro tome. Y Él le cura. También la mujer, al tocar el manto, ve como toda la fuerza sanadora de Jesús la cura.
Tanto el leproso como la hemorroísa entienden que no hay nadie tan malo o impuro que no sea digno del perdón o de la sanación. Por el encuentro con Cristo, se transforman en puros. Ellos entendieron que nada impide acercarse a Dios. Ni la opinión de los demás, ni la propia imagen, muchas veces deformada por el pecado.
El poder sanador de Jesús no se detiene ni ante nada ni ante nadie. Ni ante los prejuicios ni las convenciones que van contra la dignidad de la persona. Ni siquiera la muerte puede con ese poder. No hay situaciones sin salida para quien confía en Él. La niña – tenía 12 años – vuelve a la vida. La súplica confiada del padre ha funcionado, ha dado a su hija otra oportunidad.
La muerte de cada persona ya no es el final, es un paso, una “pascua” hacia la vida que no tiene fin. Es el mayor regalo que Cristo nos ha dejado. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús, que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte. Todos los milagros que se refieren a resurrecciones no son más que la proclamación de que en Jesús y por Jesús la vida triunfa sobre la muerte.
Con frecuencia vemos como Jesús impone silencio a los testigos de sus milagros. Tanto que se ha hablado de la «ley del silencio». Si Jesús establece esa ley es para evitar que sus paisanos confundan el sentido de su mesianismo y caigan en falsos triunfalismos. Él ha venido a demostrar cuál es su mensaje: misericordia y espíritu compasivo. Por eso lo acogen los humildes y los sencillos de corazón, porque están en la misma sintonía. A los “listos” les resulta más difícil, porque sus esquemas no encajan con los esquemas de Cristo.
Tenemos que seguir pidiendo a Jesús que nos cure, acercarnos con temor y temblor a tocar su manto, para recibir su fuerza. Confiando, y aceptando lo que Él nos dé. Con fe. Porque es la fe la que nos sana.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.