Comentario al Evangelio del domingo, 30 de octubre de 2022

Fecha

30 Oct 2022
Finalizdo!
Enrique Martínez de la Lama-Noriega

QUERÍA CONOCER A JESÚS


 

           

           A este Zaqueo se le daba bien lo de subir y trepar. Estaba en lo alto del escalafón de las autoridades económicas de Jericó, por el puesto que desempeñaba y por la fortuna que había acumulado. Algo así como la «Concejalía de Hacienda y Tributos de Jericó». Tenía influencia y éxito, y, supongo, que a no poca gente a su alrededor aprovechándose de sus buenos contactos, o procurando que les cobrara menos impuestos a cambio de algunos favores…

               Y con tal de conseguir sus objetivos parece que no le importa corretear y hasta subirse a un árbol, perdiendo la compostura debida a un hombre de su rango, y dando ocasión de que se burlen de él. Pero no le preocupa, al menos aparentemente.

                A este personajillo le podemos encontrar parecidos con no pocos protagonistas del mundo de la política y los negocios, conjugando continuamente el verbo «trepar». Y tantos otros que se han creído que el éxito en la vida consiste en tener una carrera, un buen puesto de trabajo, un cuerpo estupendo, dinero para gastar y pasarlo bien, influencia, admiración… Y a ello dedican sus mejores energías, su tiempo y sus ilusiones. Y no pocas veces a costa de pisotear a quien haga falta, renunciando a las más mínima ética. «Yo a lo mío». Y a procurar que «lo mío» sea cada vez más. Pero estos «Zaqueos» de todos los tiempos suelen encontrarse profundamente solos. Quizás admirados, quizás envidiados, quizás despreciados… pero casi siempre solos y vacíos. Suele pasar que «a bolsillo lleno, corazón vacío». Y ocurre también que cuanto más pendiente se está de «lo exterior» (la propia imagen, el cuerpo, etc) más raquítico y enano es el «interior». 

                 Pero hay algo que le va a distinguir del resto de sus «colegas»: se da cuenta de que necesita otra cosa, que algo le falta. ¡Y se pone a buscar! Ha oído hablar de un personaje «admirado» y «querido», que anda habitualmente rodeado de mucha gente, al que llaman «Jesús Nazareno». Y Zaqueo «Quería conocer a Jesús». Lo que tuvo que sorprenderle que, escuchando y hablando con Jesús, empezara a «conocer» a Dios. Porque Jesús es el rostro humano de Dios, y sus palabras y gestos son los de Dios. Y ese «Dios» que le presenta Jesús con sus hechos y palabras no es lo que le habían contado hasta ahora.

Y así: 

              – Se va a sorprender de ser él «buscado» por Dios. Lo habitual es que los hombres, por medio de la religión, «busquen» a Dios, se «ganen» a Dios, hagan méritos para que Dios les atienda. Pero el Dios de Jesús es distinto: es Él el quien tiene interés en salir al paso de alguien que está perdido, que no ha hecho nada para merecer esa atención. Incluso tiene en su contra demasiadas limitaciones y pecados.
             – Tuvo que sorprenderse de que Jesús no le riñera ni le echara en cara su vida desordenada, y pecadora. No le saca los colores, ni le pone condiciones para ir a su casa con él. Es decir: que el Dios que presenta Jesús no prefiere a los buenos, ni exige ningún cambio o arrepentimiento previo para acercarse a él. Jesús habla de un Dios que no se avergüenza ni se aparta de las malas compañías.
             – Es un Dios que se invita a comer. En la cultura judía y mediterránea, compartir la mesa con alguien es un signo de intimidad, de comunión, de acogida. Uno no se lleva a comer a su casa a cualquiera. Y los fariseos miraban «muy mucho» con quienes se sentaban a comer para no quedar «contaminados» por pecados ajenos. Como dice el conocido refrán «dime con quien andas…». Jesús pasa de todo eso. Y con su gesto anuncia que Dios está especialmente cercano y dispuesto a dejarse salpicar por la «basura» de los pecadores. Es más: busca la intimidad y la comunión con ellos. Jesús es el que anda entre pecadores y come con ellos.
             – Es un Dios que prefiere «bajar». «Bajó» a nuestra tierra, «se rebajó» hasta hacerse uno de tantos, como decía San Pablo, bajó para estar entre los que están más abajo, y se «bajó» al suelo para lavarles los pies a los discípulos… Y huye, como tentación del diablo, de todo lo que suene a trepar, poder, a prestigio, a reinado, a tener, que le den las cosas hechas… Por eso le ha dicho a Zaqueo «baja en seguida». Sólo «bajando» puede uno encontrarse a la «altura» de Dios y ser encontrado por Dios.
            – Es el Dios del «compartir», y necesitar. No le importa «pedirnos», humildemente, que le acojamos, que le demos de comer, como en este caso; o de beber, como a la samaritana, o un burrito para entrar en Jerusalem… Zaqueo pudo empezará a comprender y a comprobar que lo que uno tiene le «llena»… cuando se vacía compartiéndolo. Es la «ley del amor» que él no había aprendido ni experimentado». Esta ley del amor coloca al dinero y todo lo que le acompaña en su sitio. Porque Dios y el dinero son incompatibles. Y porque el dinero nos deja el corazón de piedra, incapaz de amar y recibir amor. Eso lo entendió  bien Zaqueo en sus conversaciones con Jesús. Quizá era eso. Seguro que era eso. Tenía un corazón lleno de cosas, pero «sin nombres».
             – Y es un Dios que nos «convierte», nos cambia, nos ayuda a poner las cosas en su sitio al entrar en contacto con nosotros. No es que «Zaqueo» se haya dejado convencer de que tiene que ser generoso. No es que Zaqueo haga un esfuerzo y se plantee cambiar. No es que Zaqueo pretenda comprar a Jesús con su dinero devuelto a los pobres. Lucas no ha dicho nada parecido a eso. Es que Zaqueo se ha sentido amado, valorado y acogido como persona, se ha descubierto un hijo de Abraham, se ha sentido amado y aceptado… y entonces ya no necesita tantas cosas que le han aislado. Por eso cambia. Sólo el amor nos cambia, no somos nosotros mismos los que nos cambiamos.

             ¡Qué suerte tuvo Zaqueo! ¡Quería conocer a Jesús… y se ha conocido a sí mismo y ha conocido a Dios! Le bastó con aceptar la petición de Jesús y dejarle entrar en su casa. Lo recogió muy bellamente el Apocalipsis (3,20): «Estoy a la puerta y llamo; si alguien me escucha y abre la puerta, entraré y cenaremos juntos». Una de las mejores formas de abrirle la puerta es acercanos a la Eucaristía… con ansias de «conocer» a ese Jesús que se parte y se reparte entre los pecadores, aunque to no sea digno de que entres en mi casa…

Ojalá que Jesús pueda decir de ti y de mí lo antes posible:  «hoy» ha llegado la salvación a esta casa, a esta vida, a este corazón.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior tomada de la Revista Catequistas (CCS)

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