Comentario al Evangelio del Domingo 5 de Enero de 2025
Queridos amigos, paz y bien.
Estamos todavía en tiempo de Navidad, superada ya la Octava, y a la espera del Bautismo del Señor. Son días en los que la Liturgia nos va remarcando los aspectos fundamentales de este período, desarrollándolos. Todavía nos queda la Epifanía, la manifestación del Niño Dios a los Magos. Y las lecturas de estos días, incluida las de hoy, van preparándonos para ese encuentro.
Toda la tradición cristiana, al contemplar el misterio de la Navidad, ha contemplado ese maravilloso intercambio: «el Hijo de Dios se hizo hijo de María para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios». Él tomó nuestra condición humana, nuestra naturaleza humana, para que nosotros pudiéramos participar de su condición y naturaleza divina.
Las lecturas repiten algunos temas, para que entren bien en nuestras cabezas los principales motivos para la esperanza. Porque es la tercera vez que escuchamos el prólogo del Evangelio de san Juan en estos días. Y lo bueno es que cada vez podemos descubrir algo diferente, porque la Palabra de Dios es siempre viva y eficaz. Es que la primera y la segunda lectura nos colocan en contexto apropiado en este domingo.
El domingo es el día del Señor por excelencia, por encima de las fiestas entre semana. Y este domingo nos presenta una faceta muy hermosa del misterio de Cristo, una faceta que no tiene nada de abstracto ni de ideológico: el Dios Padre creador de todo, ha entrado en la historia concreta de los hombres por medio de la persona de su Hijo. Este Hijo ha sido anunciado en el Antiguo Testamento como la Palabra definitiva de Dios, una Palabra que se ha hecho carne y ha puesto su morada en medio de nosotros.
El libro del Eclesiástico nos habla de la sabiduría. Un momento importante en esta lectura es la referencia al pueblo. El pueblo, como elemento que corrobora la ley, es imprescindible en el Antiguo Testamento. En último término, es Israel quien está dentro de la ley. El pueblo es el que va a aceptar la nueva configuración de la sabiduría. Israel tiene conciencia de su elección colectiva, de su personalidad como pueblo. El pueblo, como tal, acepta o rechaza la ley; el pueblo, como tal, se aparta o se acerca a la ley. En Jesús, sin olvidar este aspecto comunitario, entrará a contar también el aspecto de lucha personal.
Con la venida de Cristo al mundo, que es toda la Sabiduría de Dios en persona y hecha carne, la Sabiduría está plantada en medio de la Iglesia entendida como comunidad de creyentes y nuevo Israel. Y nosotros, como parte activa de ese Pueblo de Dios, también tenemos que aceptar esa sabiduría. «Antes de la creación» fuimos elegidos y pensados con amor. «Yo soy porque soy amado». Yo crezco porque no dejo de ser amado. Yo no moriré porque siempre seré amado. La riqueza de gloria que nos espera sólo podemos comprenderla desde el «espíritu de Sabiduría».
Para que no se nos olvide ser agradecidos, el apóstol Pablo nos recuerda que toda esta historia comienza con la elección de Dios. El himno de acción de gracias es básicamente una bendición del «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» porque Él fue el primero en bendecirnos. Es decir, se da gracias porque nos dio su Gracia. Y su gracia o bendición consiste en elegirnos para «ser hijos adoptivos suyos» por medio de Jesucristo. Y esto lo hizo el Padre de acuerdo con su plan salvador concebido «antes de la creación del mundo». Este himno ayuda al creyente a comprenderse a sí mismo como agraciado, bendito, amado por el Padre desde siempre, con un amor que se manifiesta sobre todo al rescatarnos al precio de la sangre de Cristo.
Pero ¿qué quiere decir «ser hijos de Dios»? ¿Qué quiere decir «participar de la naturaleza divina del Hijo de Dios»? Tantas cosas… Pero singularmente esto:
Lo primero, participar en el conocimiento que Jesús, el Hijo de Dios, tiene de Dios y de las cosas; participar en el amor que Jesús tiene a Dios, afirmar a Dios en nosotros, y participar en su amor, en su poder afirmativo de las cosas. En cierto modo, ver con los ojos de Jesús y amar con el corazón de Jesús. Pensemos un instante en los santos. Han vivido su condición de hijos de una forma particularmente intensa y purificada. Así es como tenemos parte en la gracia y en la verdad del Hijo único.
En segundo lugar, no habitar el mundo como huérfanos, vernos libres de un sentimiento de orfandad. Cuando participamos en el conocimiento y el amor de Jesús –y celebrar la Eucaristía nos ayuda a participar en ese conocimiento y amor- cuando no habitamos el mundo como huérfanos, cobra una calidad nueva el trabajo de nuestras manos, el pensamiento de nuestra inteligencia, el querer de nuestra voluntad, el amor de nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestra forma de afrontar la muerte. Conocer y amar a Dios da profundidad y anclaje a nuestra vida. Como hijos de Dios podemos decirle en nuestras desventuras: «recoge mis lágrimas en tu odre, no olvides mi vida errante».
Comenzamos el 2025, y tenemos por delante 360 días para vivir, para intentar ser felices, para ser testimonios de la Luz y para compartir con los demás nuestras alegrías.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.