Comentario al Evangelio del Domingo, 5 de mayo de 2024
Permaneced en mi amor.
Queridos hermanos, paz y bien.
Sexta semana de Pascua. Si habéis visto algún aeropuerto, estación de tren o de autobús, o en ocasiones, las grandes tiendas, tienen unos carteles con una flecha muy grande que dice: Usted está aquí. Es bueno saber dónde está uno, para no perderse en el camino. Y llevamos ya mucho camino recorrido. Tras la Octava de Pascua, comenzamos con siete días para ver la presencia del Resucitado en la Comunidad. Después, durante otra semana pudimos reflexionar sobre la presencia viva del Resucitado en la Eucaristía. A continuación, la liturgia nos invitó a reflexionar sobre el servicio en la Iglesia, con el domingo del Buen Pastor. Seguimos con la semana de la vid y los sarmientos, y hoy ya –señal de vejez es lo rápido que pasa el tiempo – comenzamos la sexta semana de Pascua, en la que se nos invita a meditar sobre el amor y la elección. Fieles y alegres en por haber sido elegidos para ser apóstoles en nuestro mundo.
La semana pasada era Bernabé el que ayudaba a Pablo, aceptándolo en la comunidad. El Espíritu Santo le inspiró para que cambiara su punto de vista, y Bernabé fue dócil. Esta semana es Pedro el que debe tomar una decisión muy importante. Decidir es siempre dejar una cosa y elegir otra. No siempre entre una cosa buena y otra mala. En este caso, se trataba de renunciar a su pasado judío, a su mentalidad y a su forma de entender la religión, la vida en general, o bien renunciar a todo lo vivido con Cristo y al Espíritu que lo había guiado hasta Cesarea, para abrir un nuevo camino en el desarrollo del Reino.
Pedro tomó la decisión correcta. Por encima de sus convicciones, cayó en la cuenta de que, a los ojos de Dios, no hay alimentos puros o impuros, no hay personas dignas e indignas; para Él todo es puro, todos son dignos, porque son sus hijos. Así que renunciar a lo anterior no le resultó tan duro, ya que se le abrieron nuevas posibilidades. El mundo entero como lugar de evangelización, con el don del Espíritu Santo accesible para todos.
Quizá lo que hizo Pedro fue lo que pide el apóstol Juan en la segunda lectura. Mirar a todos con amor, aceptarlos y amarlos. Nada nuevo. Nada original. Nuestro mundo siempre quiere nuevas ideas. Cada día, la publicidad se esfuerza por encontrar nuevas maneras de vender nuevos productos para la gente nueva del nuevo siglo. No nos basta lo de ayer. A nuestro alrededor, vemos como todos quieren cambiar lo que ayer era lo último de lo último. Ordenadores, coches, teléfonos móviles, programas de ordenador… A veces, hasta nuevos maridos, nuevas esposas, todo se puede cambiar, si se gasta.
Lo que Jesús proclamó, lo que Juan, Pedro y tantos otros anunciaron, entonces, puede no ser original, pero sí fue original la forma de anunciarlo. Llevando ese amor hasta la entrega en la cruz Cristo, hasta el martirio los apóstoles, por amor. Siguiendo la voluntad del Padre, siempre. Respondiendo a lo que Dios quiere de nosotros, para ser felices. Porque si aceptamos esa misión, nos convertimos en “otros Cristos” y, a través de nosotros, es Él el que sana, ama, consuela y llena de paz. Unidos a Él, como el sarmiento a la vid, portadores de alegría y de paz.
Si lo pensamos bien, a nuestro alrededor hay muchas cosas que nos prometen esa paz y esa alegría. Pero pasan pronto. Más que hacernos crecer como personas, lo que la sociedad nos ofrece, en muchas ocasiones, solo fomenta el egoísmo, la búsqueda del placer y la autosatisfacción. Es atrayente, por supuesto, pero todas esas son alegrías efímeras, pasajeras. La auténtica alegría, la que da Jesús, se puede medir con la vara de la prueba. En los malos momentos, a pesar de las dificultades, el creyente puede mantener la paz y sentirse alegre, por está cumpliendo la voluntad de Dios. Como los mártires, que pudieron morir contentos, porque morían por Cristo.
Sin llegar hasta el martirio, intentar cumplir los Mandamientos puede ser difícil, incluso doloroso, si nos lo tomamos en serio. Es que muchas cosas están en contra. Pero Jesús está a nuestro favor. Porque somos sus amigos, no sus siervos. Tenemos una comunión de vida con Jesús, no nos pide nada a cambio de haber dado la vida por nosotros. Y ahí está nuestra fuerza. Tenemos un aliado incansable en nuestro caminar por la vida.
Para poder hablar de paz, amor y alegría a los demás, es necesario sentir primero esa paz, ese amor y esa alegría en el corazón de cada uno, primero, y en nuestras comunidades, después. Solo si en nuestros grupos se practica la escucha, el perdón, la acogida, la tolerancia, podremos anunciar al mundo entero la Buena Nueva de Cristo. “Quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Y todo eso deriva de la experiencia de amistad con Cristo. Que sea nuestro confidente, que sintamos su apoyo y que nos mueva a amar, testimoniar y entregarnos a Él más y más cada día.
Vuestro hermano en la fe,