Comentario al Evangelio del Domingo 6 de Abril de 2025

Fecha

06 Abr 2025
Finalizdo!

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»

Queridos hermanos, paz y bien.

¿Qué hacer cuando todo parece perdido? Porque acaso tenemos el temor o cierta persuasión de que somos la última generación cristiana, que hay que cerrar el negocio y que el último apague la luz. Pero ni la historia del mundo ni la historia de la fe están en vues­tras manos, sino en las manos de Dios. La historia de la salvación no es «pura histo­ria». No es tiempo para el recuerdo y la nostalgia. Vivimos un kairós nuevo: un tiempo nuevo de la fe y de la salvación.

Hay que tener fe. Fe como la del funcionario real que nos presentaba la Liturgia esta semana, que dio media vuelta y, sin preguntas, se fue a casa cuando Jesús le dijo que se había curado su hijo, por ejemplo. Fe en que Dios lo hace todo nuevo. Aunque nos cueste verlo. Nos lo recuerda la primera lectura. Caminos en el desierto, corrientes en el yermo, alivio en tu corazón preocupado. Ojos nuevos para lo que hace Dios aquí y ahora.

¡Qué distintos los pensamientos de Dios a los que nosotros tenemos! ¡Qué distintas nuestras miradas, sobre el mundo o sobre las personas, a las que Dios posee! ¿Por qué será? Igual que la semana pasada, cuando el padre misericordioso acogió a su hijo, a pesar de su comportamiento a todas luces reprochable. Es que la misericordia de Dios es tremenda, paciente, inalcanzable de momento para nosotros. Tiene corazón de Padre, manos que siempre acogen y ojos que sólo miran con amor.

Lo que la primera lectura quiere decirnos es que Dios ha actuado en el pasado, y lo sigue haciendo hoy en día. Sigue manifestando su amor, realizando gestas más sorprendentes que las que vivieron los israelitas en el desierto. Eso sí, es preciso verlas con los ojos de la fe.

La palabra de Pablo es bien clara: jamás tocarás fondo en el misterio cristiano; jamás te hallarás legitimado para decir: he apurado la expe­riencia cristiana y no he apagado mi sed. Tu sed es infinita; pero el agua que Cristo te ofrece es infinitamente infinita (si se puede hablar así). Has llegado a la meta; o, mejor dicho, has sido instalado en ella por gracia de Dios. Pero, por otro lado, la meta sigue siendo meta para ti. Estás en ella (indicativo) y te llama a que te pongas en movimiento hacia ella (imperativo).

Si lo prefieres, podemos decir que se trata de ahondar más en una experiencia inagotable; de crecer más en una marcha ascensional sin término. Estás en una meta sin término. De ahí ha de nacer tu certeza, tu confianza: no estás perdido; sino ganado. Y de ahí ha de nacer tu ímpetu: has de ganar a Dios, has de ganar a Cristo, que se te presentan como realidades siempre antiguas y siempre nuevas, con una antigüedad que no caduca y con una novedad que no envejece.

Las criaturas nuevas deben pasar página. Pablo ahora considera su existencia judía como una etapa felizmente caducada, a pesar de todos los logros que desde cierto punto de vista cupiera ver en ella. Pero ahora, desde el encuentro con Cristo y su larga experiencia cristiana, puede decir: “renuncio una vez más a aquellos logros. Porque no quiero construir mi personalidad sobre mí mismo. La verdad más cierta y sólida de mi vida es la gracia de hallarme incardinado en el acontecimiento pascual de Cristo, en el que ha acontecido y se ha significado para mí el amor de Dios, a quien reconozco y confieso como Padre. En mi historia anterior había algo malsano y negativo en el fondo.”

Nos dice el Evangelio de hoy que todo el pueblo acudía a Jesús. Seguramente habían visto en Él algo diferente, algo de lo que otros maestros de la ley carecían. Con razón afirmaban que el Rabí de Nazaret enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y fariseos. Y, sin embargo, aquel Nazareno no había realizado estudio alguno. Su sabiduría era distinta, no era humana sino divina. La razón última por la que la gente acudía no era otra que la fe. Esa misma razón es la que ha de movernos a nosotros también a la hora de escuchar a Jesús que, también hoy, nos habla por medio de su Iglesia, según lo que había dicho acerca de que quienes escuchaban a sus apóstoles, a Él le escuchaban. (Por cierto, esa es la gran diferencia entre cualquier sabio o teólogo, por muy listo que sea, y el Papa. El Sumo Pontífice merece nuestro respeto y acatamiento siempre, el científico sólo cuando sus razones nos convenzan y en cuanto que no diga lo contrario de lo que la Iglesia enseña.)

Hoy la escena del Evangelio está descrita casi como el guion de una película. Podemos imaginarnos la tensión del ambiente, el calor, el ruido, los gritos, quizá el llanto de la mujer, que se sabía en una situación poco envidiable, y delante de todos ellos, Jesús. El adulterio de esta mujer es solo una excusa para ponerle una trampa. Colocan a la mujer en el medio, el mal en el centro de atención y frente a esta maldad quieren que se pronuncie. Se confrontan dos formas de hacer justicia, la de los escribas y fariseos y luego la de Jesús. Él conoce la intención de los que le presentan a esa mujer “pecadora”. En esa escena tan cinematográfica, Jesús se inclina y escribe algo en el suelo. Quizá lo hace para que los exaltados se calmen, para que dejen de gritar, y en el silencio, puedan ver las cosas como Él las ve.

Como la multitud sigue insistiendo, Jesús los mira y pronuncia esa frase que ha trascendido las fronteras de los creyentes: “El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra”. Qué gran enseñanza para los que allí estaban – que se fueron marchando, empezando por los más ancianos, tenían mala intención, pero también conciencia, por lo visto – y para todos nosotros, a los que no nos cuesta mucho convertirnos en jueces de los demás. Se nos olvida aquello de “no juzguéis y no seréis juzgados” y “con la medida que midáis a los demás, seréis vosotros medidos”. Es más fácil ser acusadores que defensores, y ver las circunstancias agravantes más que las atenuantes.

Probemos a cambiar el punto de vista, a ser benévolos a la hora de juzgar. O casi mejor, dejemos que sea Dios quien emita su juicio justo, y seamos siempre misericordiosos, para que el Señor lo sea con nosotros, que buena falta nos hace. Que nosotros, como cristianos, busquemos siempre lo que Jesús ofreció a esta mujer, su compasión y comprensión. Qué bien nos vendría una reflexión al hilo de este tiempo cuaresmal: ¿Cómo nos posicionamos frente a los defectos de los demás, cómo jueces o como personas que saben comprender y arrimar el hombro?

La frase de Jesús cuando todos se fueron – yo tampoco te condeno – suena tan fuerte que, en muchos evangelios, sobre todo en los primeros siglos del Cristianismo, omitían esa página. Jesús no aprueba el mal que se ha hecho, no justifica el pecado; el adulterio es un pecado grave, hace mucho daño a los que lo cometen y puede tener consecuencias dramáticas, puede romper familias con efectos que luego repercuten en los hijos y en los hijos de los hijos. Su moral sexual es muy exigente, lo sabemos. Pero Jesús también nos dice que no hay que condenar a las personas cuando se desvían y cometen errores, sino ayudarlas a recuperarse en la vida. Esto es hacer justicia, no ajusticiar.

Hoy es ocasión de preguntarnos en qué podemos mejorar alguna situación en mi vida personal, en las relaciones paterno-filiales y conyugales, laborales y económicas, políticas y sociales. Siempre se puede intentar algo. Estamos empezando la última semana de Cuaresma, enfilando ya la recta final hacia la Pascua. Aprovechemos esta oportunidad de conversión y vivamos la experiencia del amor y misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia, si aún no lo hemos hecho. Él nos ofrece un perdón ilimitado. Mucho podría cambiar en la convivencia humana si cada uno aportara un poquito de amor, alegría y esperanza. Como hace Dios en nosotros.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.

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