Comentario al Evangelio del Domingo 7 de Abril de 2024
Paz a vosotros.
Queridos hermanos, paz y bien.
Terminamos la Octava de Pascua. Porque la resurrección de Cristo es algo tan grande, que no cabe en un solo día. Hace falta más tiempo, una semana, para celebrarlo, asimilarlo y empezar a vivir de los frutos de ese hecho trascendental en la historia de la humanidad. No basta con una vigilia, por muy sentida y solemne que sea.
Ha pasado ya una semana desde que, en la Vigilia, nuestros templos e iglesias se fueron iluminando con las pequeñas llamas de las velas encendidas del cirio pascual. Con ese pequeño gesto, con el compartir unos con otros las llamitas, la Luz de Cristo se extendió, ayudando a sentirnos parte de una comunidad. Es importante. Porque la fe es una cuestión personal, por supuesto, pero, al mismo tiempo, es algo más. No me pertenece del todo. Es un tema comunitario, se trata de algo eclesial. Está de moda ahora la “sinodalidad”. Es de lo que nos habla la primera lectura. Porque somos creyentes no sólo individualmente, en la intimidad, sino en también en comunidad.
Esa primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta una imagen de la primitiva comunidad de Jerusalén. Tenían los mismos pensamientos, incluso los mismos sentimientos, y todo lo poseían en común. La Iglesia de los primeros siglos era muy activa, se juntaban para rezar unidos, celebrar la Fracción del pan y para ocuparse de las necesidades y los problemas de cada uno de los presentes, y de los enfermos ausentes.
En aquellos tiempos, no había cristianos “no practicantes”. Había que vivir la fe con palabras y obras. No se nos olvide que eran tiempos muy difíciles, de persecución y de mucha presión por parte de la sociedad. Vivir la fe en comunidad era una necesidad psicológica, incluso. Juntos se defendían. Había que apoyarse en los hermanos, para animarse y ampararse mutuamente. Y en la comunidad, unidos en la oración, se sentía más claramente la presencia del Resucitado.
Extrapolando los datos, todo ha cambiado mucho – ya no hay persecuciones, pero siguen siendo tiempos recios – pero la fe necesita, como en los inicios, de los hermanos para fortalecerse y crecer. Es que la Iglesia no son las paredes del edifico, sino, sobre todo, el conjunto de fieles que se reúne, con alegría, frecuentemente, para celebrar su fe en Cristo Resucitado.
La segunda lectura nos recuerda lo difícil que fue para muchos aceptar la muerte del Hijo de Dios. En los primeros tiempos, no todos los creyentes entendían lo que había pasado. Dios se había manifestado en el Bautismo de Jesús y en los milagros que llevó a cabo. Pero el que murió en la cruz no podía ser el mismo que había predicado por toda Galilea. En la cruz murió el hombre Jesús, no el Cristo, Hijo de Dios. Surgen las herejías, desviaciones de la verdadera fe.
Por eso, en la segunda lectura hemos oído “Éste es el que vino con agua y con sangre, Jesucristo. No solo con agua, sino con agua y con sangre”. Porque Jesús es el Hijo de Dios también en el momento de su muerte. En el Bautismo en el Jordán, y en el monte Calvario. Es en ese último instante donde se nos manifiesta hasta qué punto se ha hecho uno Dios con el hombre. Con su muerte nos abre también a nosotros las puertas de la resurrección. La Encarnación llega a su máxima expresión. Nació, vivó y murió. Como nosotros. Sigue costando entenderlo, porque es la máxima expresión del amor. Pero así es.
Y otro detalle importante. Nuestra fe debe ser incondicional. No como la de Tomás, que, para poder creer en la resurrección, fija unas condiciones bien precisas. No significa que la fe, nuestra fe, sea un gesto meramente irracional, que depende del gusto de cada uno. Tenemos buenas razones para creer. Al final del Evangelio, se nos ha hablado de los muchos signos que hizo Jesús, para mostrar a todos Quién era Él.
Pero una cosa en que la fe tenga sus razones, y otra es intentar poner condiciones a Dios para creer en Él. Tenemos que entrar en la lógica de Dios. Mirar el mundo con Sus ojos, para encontrar los signos de su amor que hay en él. Ese es el camino. Vivir todos los sucesos de nuestra vida y vivirlos con paz. La paz que Cristo dejó a sus Apóstoles, y la paz que podemos sentir nosotros, cuando confiamos en Dios. Como María. Como los mártires, que supieron morir por Cristo en paz.
Fe vivida en comunidad, fe completa y fe vivida en comunidad. Y todo con la paz que Cristo nos da. Puede ser el resumen de las lecturas de este domingo. Que lo sepamos interpretarla en cada momento de nuestra vida, y vivirla como corresponde cada día.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.