Comentario al Evangelio del Domingo, 9 de Febrero de 2025
Rema mar adentro.
Queridos hermanos, paz y bien.
Reconozco que un poco de envidia me da leer eso de que “la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios”. En otras épocas, eso pasaba también en nuestros templos. En Rusia, donde trabajo, no suele agolparse la gente, menos en Navidad y la noche de Pascua. Será que no tenemos el carisma de Jesús. Eso, por supuesto, no impide que nos entreguemos a la causa como el que más.
Con lo que sí nos podemos sentir identificados es con lo que sentía el profeta Isaías: “Ay de mí, estoy perdido”. Esa sensación surge a menudo al encontrarse con el Señor, porque sentimos que no somos dignos de ese regalo. Sobre todo, cuando nos hemos propuesto muchas veces ser mejores, no volver a pecar, y no nos sale bien. Repetimos los mismos errores, una y otra vez. Surge la tentación de rendirse. “¿Para qué esforzarse, si nada cambia?”
El problema, quizá, es que lo queremos hacer todo nosotros. Sin dejar que Dios intervenga. Hay que dejar que el ángel purifique nuestros labios y, consecuentemente, el corazón. Entonces todo cambia, y es posible ver la vida de otra manera, y aceptar la misión que el Señor nos encomiende. Y la mies es mucha, ya lo sabemos. “¿A quién enviaré?” Cuando hemos sentido que Dios, a pesar de todo, nos acepta sin condiciones, podemos ofrecernos para ser enviados. Donde sea necesario. Para que otros también lo sepan. Hace mucha falta.
Es lo que sintió san Pablo, con toda seguridad, “por la gracia de Dios”, que le permitió ser lo que fue. En la segunda lectura, el Apóstol de los gentiles hace una muy buena síntesis de nuestra fe, antes de agradecer al buen Dios que le haya permitido cambiar de vida, de perseguidor a apóstol, sin mérito por su parte.
Pablo se aplica en serio a explicar lo que es la razón de nuestra fe. Parece ser que, en nuestros días, a muchos les pasa como a los corintios del tiempo de Pablo. Eso de creer en todo lo que dice la Santa Madre Iglesia no les va. En vez de resurrección, algunos creen en la reencarnación, diez mandamientos parecen demasiados, ciertas cosas de las que dice el Santo Padre suenan “antiguas” y hay cosas que aceptan y otras que no de la doctrina eclesial. Una fe a la carta, en definitiva. Como en los restaurantes. Como casi todo en la vida moderna.
Quizá el problema esté en la falta de catequesis, de preparación. Y en la ausencia de vivencias profundas. A la fe no se llega de repente, como no llegó de repente a ser apóstol san Pablo, ni se convirtieron en cristianos de repente los corintios. Es necesario un avance gradual, apoyado en la Biblia, la Tradición y empujado por el Espíritu Santo. San Pablo nos presenta su experiencia, para que también nosotros leamos personalmente la Palabra y la escuchemos en las celebraciones de la comunidad, seamos parte activa de la Iglesia, de modo que el Espíritu nos vaya empapando poco a poco y pueda guiarnos.
De esta manera, también nosotros, cristianos del siglo XXI, podremos vivir nuestra fe, si no igual que la vivieron los habitantes de Corinto, sí de una forma similar. Como verdaderos discípulos del Señor, en la vida cotidiana. Entregados a la causa del Reino. Como Jesús.
Ese Jesús que, en el Evangelio, sale de Nazaret, donde había estado en la sinagoga, y vuelve al lago de Genesaret. Está buscando, nos damos cuenta, compañeros de camino para su misión, con Él al principio, y luego, por supuesto, continuar con este proyecto cuando ya no esté físicamente presente en este mundo.
Antes de llamar a los que consideró adecuados, no puede evitar predicar a aquellos que están en la orilla del lago. Porque su misión le pedía permanentemente hablar de su Padre, a tiempo y a destiempo. Como hoy, cuando Jesús se acerca a nosotros, mientras estamos en las cosas de cada día, en la vida cotidiana, allá donde nos encontremos.
Es curioso ver cómo Cristo se dirige a Pedro y a sus compañeros. Dicen los que entienden de esto que, para lograr una buena pesca, hay que salir de noche. Si no habían recogido nada, podemos suponer que no estarían de muy buen humor. Y encima un carpintero se acerca a decirles lo que tienen que hacer. Podría Pedro haberle dicho eso de “zapatero, a tus zapatos”, o mejor, “carpintero, a tus muebles”. Pero algo vería en Cristo, le habría escuchado hablando a la gente, y ya empezaría a sentir que en ese hombre había algo especial. Así que le hace caso. Y mereció la pena.
La reacción de Pedro ante la pesca milagrosa no deja lugar a dudas. Simón reconoce que no es digno de estar cerca de Aquél que puede realizar ese milagro. Como el profeta de la primera lectura. Ahora ya no hay un ángel que purifique, es el mismo Jesús el que le dice “No temas”. El encuentro con Cristo ha cambiado su vida y, desde ese momento, será pescador de hombres. Junto con su hermano Andrés, con Santiago y con Juan. Comienza a formarse el grupo de los Discípulos, que irán con Cristo a todas partes, para hacer lo que Él hacía y continuar con su obra.
Es bonito saber que siempre hay una cita de cada uno de nosotros con Dios. No todos nos hemos llevado el susto, o hemos tenido la suerte de disfrutar de una manifestación tan clara de Dios. Pero también somos capaces, en la sencillez de la oración, en el recogimiento de la plegaria, de encontrarnos con Dios. ¡Qué hermoso es pensar que a la hora que yo quiera tengo audiencia con Dios! Que en cualquier momento que yo quiera recogerme en oración, Dios me está esperando y me está escuchando. Esto también nos lo quieren revelar estas lecturas, que todo hombre tiene esa revelación íntima de Dios en su propio corazón.
A veces, podemos pensar como Isaías, como Pablo, como Pedro: – “¡Señor soy un pecador!” No importa. Dios no se complace en humillarnos por nuestros pecados, sino que Dios sabe que el hombre por sí no puede pretender la amistad con Él, ni mucho menos la colaboración con su obra. Y entonces despierta este sentimiento de humildad para llamarlo el mismo Dios: – “No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.”
Y si piensas que no puedes predicar el Evangelio, porque no es para todos, sí puedes hacer alguna otra cosa. Pedro puso su barca a disposición del Maestro; tú quizá puedas poner tus dones, tu coche, tu tiempo, como signo de que quieres vivir de otra manera, olvidándote de ti mismo, interesándote por los demás, ayudando a los necesitados, no solo materialmente. Porque la fe en Jesús significa escuchar su voz, y no las voces que, a tu alrededor, te invitan a centrarte sólo en ti mismo, a ser egoísta, a no mirar más allá de tus muros.
Se trata de demostrar qué o quién rige tu vida, la sabiduría del mundo o la sabiduría del Evangelio. No se trata de cambiar de vida radicalmente, como hicieron los Discípulos – a no ser que seas un asesino a sueldo, o un atracador de bancos, entonces sí – sino de vivir para una misión, la misión de Jesús. Desde luego, da vértigo. Pero, repito, tenemos las palabras de la Escritura. “No temas” –le dice a Isaías– tú que te sientes con labios impuros, se te purifican, y se te perdona todo. Y a Pablo también, siempre reconociéndose pecador, lo ha hecho el gran colaborador de su obra. Y a cada de uno de nosotros, a ti, también. “Rema mar adentro”. Intenta vivir así, solamente por amor, pensando en dar alegría y vida a todos nuestros hermanos. Como Jesús.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.