Comentario al Evangelio del jueves 1 de agosto de 2024
Queridos hermanos:
Con términos parecidos a los de hace un par de días, el primer evangelista nos presenta hoy el juicio final, que describe como la separación definitiva entre lo bueno y lo malo. No conocemos todos los pormenores del pensamiento de este autor; pero, si consideramos que ya no cuenta con una vuelta del Señor y un fin del mundo inminentes, quizá debamos aceptar que entiende el juicio final con características distintas a las de la apocalíptica judía, como enseñarán muchos siglos después los maestros de la desmitologización. Cuando la palabra de Dios llegue al hombre con fuerza y este se deje afectar y juzgar por ella, se dará en él una separación de lo bueno y lo malo, de lo valioso y lo rechazable. Si opta responsablemente por lo primero, distanciándose de lo segundo, se dará en él un “fin del mundo”, el paso del antes al después, dejando atrás lo inauténtico y deleznable, lo deshumanizador y destructivo, e introduciéndose en “el cesto” de la salvación. Lenguaje mítico el del juicio final, tal como lo entendía la apocalíptica judía de la época, pero lenguaje de una gran profundidad antropológica y religiosa, y de fuerza interpelante: llamada a que nazca el hombre nuevo, según el proyecto de Dios, arrojando al mar lo no válido.
La visión profética de Jeremías puede ser leída en la misma clave. A veces tenemos la impresión de que al divino alfarero la vasija se le escapa de las manos; “mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra”, cantamos en un himno litúrgico. Lo destinado a ser obra hermosa y noble puede deformarse y necesitar nuevamente el poder y destreza de las manos del creador, recuperar el proyecto originario: que Dios vuelva a amasar nuestro barro y reparar las grietas, bultos y raspones: “toma mi vida, hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo”, hemos cantado también.
Naturalmente, aquí surge la pregunta por nuestra disponibilidad, por nuestra gana o desgana, nuestros deseos de crecimiento y progreso o nuestros posibles conformismos enfermizos. Corre por ahí una curiosa letanía para instalados, que aparentemente es una llamada a la sensatez y la mesura: “tan mal no estamos”, “tampoco hay que exagerar”, “ni calvo ni tres pelucas”, “los hay peores”… Es la expresión de quien no quiere dar pasos, de quien teme cualquier movimiento en los palos de su sombrajo, aunque sea para enderezarlo; se cantaba también hace pocas décadas, con un escepticismo y desenfado rayanos en el cinismo: “déjame en paz, que no me quiero salvar” (Víctor Manuel).
Lo de Jesús es consuelo y alivio, gozo de quien ha encontrado la piedra preciosa. Pero justamente por tener ese gran valor no puede tomarse a broma, no es para jugar con ello. Cuantas veces lo cristiano se manche o tuerza en nosotros, requiere una intervención recreadora que le devuelva su originaria belleza.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf