Comentario al Evangelio del jueves, 13 de febrero de 2020
Alejandro Carbajo Olea, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
Seguro que no era fácil estar al lado de Jesús. Los Discípulos estaban
acostumbrados a vivir según unas normas claras. Pero para Él no había nada
sagrado, sino Dios. Antes que la norma muerta, lo primero, la persona.
Sobre todo, los más débiles.
Incluso después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando la Iglesia
daba sus primeros pasos, eran frecuentes las discusiones sobre lo que se
podía o no se podía hacer. Para eso se celebró el Concilio de Jerusalén
(Hechos de los apóstoles, cap. 15), para decidir cómo debían vivir los
cristianos. Sin imponer más normas que las estrictamente necesarias. En
diálogo y escuchando a todos. Buen ejemplo para resolver las nuevas
situaciones.
En tiempos de Jesús también había problemas territoriales. No se llevaban
bien entre sí los vecinos, y no parecía fácil que se pudieran arreglar las
cosas. Con esta situación se enfrentó la mujer sirofenicia. Sabiendo que
Jesús puede curar a su hija, se acerca a Él, para implorarle. Y la
respuesta de Jesús hubiera bastado para desanimar a cualquiera. Pero no a
una madre desesperada. Tan bien argumentó, que a Jesús no le quedó más
remedio aceptar sin discusiones. Porque la fe todo lo puede, sobrepasa
barreras, fronteras y prejuicios.
Nosotros quizá todavía estamos limitados por nuestra percepción del mundo,
a veces demasiado estrecha. Los discípulos de Jesús estamos llamados a ser
continuadores de su modo de vida. A “revolucionar” nuestras relaciones
humanas. Dar pasos concretos hacia los otros, hacia los que tenemos más
cerca, pero también hacia aquellos nuevos horizontes que nos dan miedo.
Animarse a hacer algún voluntariado, colaborar con alguna asociación,
ayudar a alguna persona con problemas de movilidad, por ejemplo. Porque la
fe ha de vivirse en un marco concreto, cercano, y a la vez universal.
Ecuménico. Católico. Como Jesús.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.