Comentario al Evangelio del jueves, 15 de febrero de 2024
Fernando Torres, cmf
En estos primeros días de Cuaresma, las lecturas nos centran los fundamental. Si ayer, miércoles de Ceniza, nos invitaban a centrar nuestra mirada en Dios, hoy nos llaman a reconocer nuestra capacidad para tomar decisiones en nuestra vida y la responsabilidad consiguiente sobre las decisiones que tomamos.
Ser responsable significa ser capaz de dar razón de lo que hacemos o no hacemos, del por qué obramos de una determinada manera. No basta con decir “no sabía” o “no lo pensé” o “no me di cuenta” o “me dijeron que lo hiciera” o “todos lo hacían”. El gran regalo que nos ha hecho Dios, junto con la vida, es la libertad: la capacidad de decidir por nosotros mismos lo que queremos o no queremos hacer con nuestra vida, lo que queremos ser o no ser. Es verdad, y debemos ser conscientes de ello, que nuestra libertad es limitada. Incluso me atrevería a decir que muy limitada. Está condicionada por la familia en la que hemos crecido, por la cultura, por nuestra propias limitaciones personales de carácter. Por muchas cosas. Pero aún así queda una resquicio de libertad. Y es responsabilidad nuestra irnos haciendo más y más libres de todos esos condicionamientos. Como dice Pablo “para ser libres nos liberó el Señor” (Gal 5,1).
La primera lectura de hoy nos pone por delante está capacidad nuestra de elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Seguir a Dios es optar por el bien y la vida. Rechazarle es optar por el mal y la muerte. Seamos realistas: no siempre que ponemos la palabra “Dios” por delante significa que hayamos optado por el bien y la vida. En el nombre de Dios se han librado muchas guerras y se han cortado muchas cabezas. En el nombre de Dios se ha excluido y marginado a muchas personas y se las ha condenado a muerte. Optar por la vida y por el bien es optar por la fraternidad, por la justicia, por la cercanía, por la comprensión y la misericordia. Es, en definitiva, seguir a Dios.
En nuestra libertad y responsabilidad queda tomar las decisiones oportunas para optar por el bien y la vida o, lo que es lo mismo, seguir a Dios. Es posible que en alguna decisión concreta nos equivoquemos pero que, por lo menos, la intención sea siempre la de hacer el bien para mis hermanos y para mí.