Comentario al Evangelio del Jueves 20 de Marzo de 2025
La historia del Evangelio de hoy es sencilla y muy conocida. Sus protagonistas, el rico que tiene de todo y el pobre que no tiene nada, mueren y su suerte se invierte: al rico le toca ir al infierno con todos sus tormentos mientras que el pobre está en el seno de Abraham feliz y contento. Por ninguna parte se dice que el pobre fuese un buen observante de la ley, cumplidor y devoto. Simplemente era pobre y cubierto de llagas. Tampoco se dice que el rico fuese un malvado, corrupto, ladrón ni estafador. Simplemente era rico y vivía disfrutando lo que tenía.
Parece que no hay paso entre el infierno y el cielo o seno de Abraham pero si hay comunicación visual y oral. Ahí viene el diálogo. Las llamas del infierno queman y el rico se quiere aliviar y, cuando ve que no es posible, quiere que al menos se alivien sus familiares. Pero no obtiene más que una respuesta: que escuchen a Moisés y los profetas. Y de ahí Abraham no se mueve.
Para los que escuchamos hoy esta historia quizá no tenga mucho sentido que nos digan que hay que escuchar a Moisés y a los profetas. Pero quizá haya una consecuencia mucho más importante. Es en el hoy de la vida en el que estamos llamados a compartir lo que tenemos. Del rico no se dice que fuese al infierno porque era malo. Simplemente no veía la realidad del pobre que estaba a la puerta de su casa sin nada mientras que él banqueteaba. Compartir en solidaridad, en fraternidad, en justicia, es un elemento básico del reino de Dios de que habla Jesús. Es saber que lo que tenemos no es “mío” sino nuestro. Es saber que la propiedad privada no es una realidad absoluta sino limitada siempre por la necesidad de mis hermanos. Es ser conscientes de que solo con los otros, en solidaridad, compartiendo, es como podemos llegar a vivir en plenitud esta vida que se nos ha regalado.
Hoy, sin duda, la parábola nos invita a abrir los ojos, aquí y ahora, a las necesidades de los demás y a convertirlas en nuestra necesidades, a hacer de la fraternidad y la solidaridad el centro de nuestra vida cristiana.
Fernando Torres, cmf