Comentario al Evangelio del jueves, 24 de febrero de 2022
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
Se lee hoy en la liturgia una recopilación de varios dichos de Jesús. De todos y cada uno se puede aprender, porque la Palabra es siempre viva y eficaz. En el fondo, se trata de entender cómo tenemos que vivir, en todos los momentos de nuestra vida.
Desde la clave de la primera lectura, donde se critica a los que solo viven para el dinero, a cualquier precio, incluso pasando por encima de los demás y abusando de ellos, podemos entender la llamada a ser generosos, aunque sea solo un vaso de agua. Ninguna de las buenas obras que hacemos queda sin recompensa. Que no seamos idólatras del dinero. No hace falta ser millonario para caer en esta trampa. Revisa hoy si te cuesta mucho dejar tus cosas o dar una pequeña ayuda, cuando te lo piden. A lo mejor no somos tan pobres de espíritu como deberíamos.
Los siguientes consejos nos recuerdan que debemos siempre estar alerta, para evitar los motivos de escándalo que provienen de dentro de cada persona. Está muy claro que no hay que amputar nada (el filósofo Orígenes, en el siglo segundo, se lo tomó al pie de la letra, el pobre), sino que se trata de intentar controlar las ganas de dominar a los demás, como sugieren las referencias al pie o a la mano, o los malos deseos y los planes egoístas, que se insinúan en la imagen del ojo. Sabemos que por la vista entran muchos de los malos deseos que después se alojan en nuestros corazones, querámoslo o no.
Ser luz del mundo y sal de la tierra. “Eres del mundo la sal”, decía una canción del musical “Godspell”, hace algunos años. Una sal mojada ya no sirve para nada. La sal es una sustancia que, en su momento, fue muy valiosa, para conservar los alimentos. Nos ha llegado, incluso, la palabra “salario”. Ser la sal de la tierra no es tarea fácil. He conocido a mucha gente que, al comenzar el camino de la fe, arranca con mucha fuerza, pero va perdiendo fuerza poco a poco, hasta que, ante las primeras frustraciones, renuncian a seguir. Su sal se ha mojado, ya no sirve para nada.
Es un riesgo que nos puede afectar a todos, incluso a los religiosos: el cansancio, el pensar que lo que hacemos no tiene mucho sentido, no verle fruto a lo que hacemos. Pero, a pesar de todo, somos la sal de la tierra. Si se nos olvida echar sal en la comida, nos sabe rara. Se echa de menos. Sin nuestra aportación, el mundo será más soso. Se echará de menos, y, cuando llegue el momento de encontrarnos con el Hacedor, tendremos que responder también. Ojalá hayamos repartido toda la sal que llevamos dentro, y hayamos vivido en paz con todos los que nos rodean. Que no es un mal propósito.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.