Comentario al Evangelio del jueves, 25 de enero de 2024
Fernando Torres, cmf
Nos cuenta la primera lectura que Pablo se cayó del caballo y su vida cambió. Tanta relevancia ha tenido esta historia que en nuestro idioma ha quedado como frase hecha “caerse del caballo” o “caerse del burro”, más popular que la anterior, quizá por usar el simbolismo del burro como animal torpe y terco. Se usa para indicar que la persona se ha dado cuenta por fin de que estaba empecinada en el error y lo ha reconocido.
Parece que Pablo era un fariseo, un judío convencido, y no estaba nada de acuerdo con esa secta o escisión del judaísmo ortodoxo y tradicional que eran los cristianos en aquel momento. Y por eso se dedicaba a tratar de hacerlos desaparecer. Para que todo volviese a su cauce, a lo que debía ser según él había aprendido y asimilado. Pero en el camino a Damasco se “cayó del caballo” y ahí algo pasó que empezó a ver la realidad de otra manera. Y de perseguidor pasó a ser el apóstol más fervoroso de la nueva doctrina. Predicó la buena nueva de Jesús por todos los sitios por donde pasó, fundó iglesias y escribió cartas que definieron la doctrina cristiana tal como hoy la conocemos.
¿Cómo se produjo este cambio? No sabemos con exactitud lo que pasó pero aquella luz que le deslumbró y lo dejó ciego de primeras, le ayudó a ver las cosas de otra manera. O quizá fue solo el cambio de perspectiva. Me gusta pensar que una cosa es ver la realidad desde la altura del que está montado en la silla del caballo y otra verla cuando uno está tirado en el suelo. Me hace recordar la historia de Zaqueo (Lc 19, 1-10), que se había subido en un árbol para ver a Jesús y éste le dice “¡Zaqueo, baja enseguida! Hoy voy a hospedarme en tu casa”. Es curioso que en los dos casos, lo primero que hace Jesús es invitar tanto a Zaqueo como a Pablo es forzarles a cambiar de perspectiva, a ver el mundo desde abajo y no desde sus alturas. Me recuerda al Dios que se encarnó y no nació en un palacio sino en el debajo de la historia, en un pesebre maloliente, entre los pobres. Quizá nosotros también tendríamos que caernos del caballo o bajar del árbol para, situados más cerca del suelo, de los pobres, de los que están abajo, descubrir con más facilidad la presencia de Dios, de su amor y de su misericordia.