Comentario al Evangelio del jueves, 25 de febrero de 2021

Fecha

25 Feb 2021
Finalizdo!
Edgardo Guzmán, cmf.

Queridos amigos y amigas:

Jesús nos invita a orar con confianza y perseverancia. Del mismo modo que nos revela como es el corazón del Padre que sabe dar «cosas buenas a los que le piden» (Mt 7,11), nos indica cómo debe ser la actitud de un corazón orante: «pidan, busquen, llamen…». Durante este tiempo de Cuaresma se nos invita a volver a lo que es esencial para nuestra vida y nuestras opciones vitales. Redescubrir en la sencillez de los momentos de oración que tenemos cada día una verdad profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con un amor sin límites, está obrando siempre, sin cansarse, para nuestro bien.

Probablemente no siempre experimentamos este amor, o por la fuerza de la costumbre hemos vaciado de contenido la expresión: «Dios es amor». El reto es hacernos consciente de esta verdad de nuestra fe, que damos muchas veces ya por sabida. Jesús nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, esta experiencia nos sana interiormente. Como decía el papa Francisco: «Todos, todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies».

La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón que busca amar, inicia siempre con un acto de gratuidad contemplativa, poniendo en su mirada interior el rostro del Padre bueno. Esta vivencia de la bondad de Dios en la oración debemos llevarla a nuestra vida cotidiana. Para hacernos conscientes que en la simplicidad de la vida se manifiesta la vida en Dios. Por eso, «la mística de la vida cotidiana es la mística más profunda». La clave para acceder a este kairos cotidiano es la confianza, la apertura, el dejarse sorprender, o como se decía en el lenguaje de la piedad: la simplicidad.

Pidamos al Señor que renueve en nosotros el valor de la oración sobre la que se basa cada día la audacia de compartir el dolor y la angustia de nuestros hermanos. Sobre todo, en este tiempo de sufrimiento, abandono y angustia a causa de la pandemia del Covid-19. Que el Señor nos conceda cada día, sobre todo en los momentos más difíciles, de hacer de nuestra propia vida un templo donde resuene el grito de la humanidad que sale hasta el corazón del Padre de todos.   

Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com

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