Comentario al Evangelio del jueves, 25 de junio de 2020
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
UNA FE SÓLIDA
Me pidieron que asistiera a una convivencia con un buen grupo de jóvenes de unos 18 años, de distintos puntos de España, que se consideraban católicos, «practicantes» más o menos frecuentemente, y casi todos confirmados; muchos de ellos se habían formado en Colegios Religiosos. Y para situarme con ellos, les planteé algunas preguntas. Entre otras ésta: «¿Qué es para ti lo más difícil a la hora de vivir tu fe cristiana?». Sus respuestas creo que no serían muy distintas a las que me habrían dado creyentes de otras edades.
Algunos se referían a la «incomodidad» de asistir a la Eucaristía dominical: a veces por el esfuerzo de levantarse «pronto» el domingo, a veces porque sus amigos no acudían y tenían que ir solos, a veces porque se sentían «raros» entre tanta gente mayor, y a veces porque entraba en conflicto con otras ‘obligaciones’ personales, como por ejemplo las deportivas. También aludieron a que solían aburrirse bastante en misa. En todo caso, para estos jóvenes ser cristiano tenía que ver sobre todo con «las prácticas religiosas», o mejor dicho, con «la misa» dominical.
Había quienes hacían una referencia general a la dificultad de «cumplir» con tantas obligaciones, como por ejemplo rezar. Algunos especificaban dificultades con respecto a «la pureza». Este tipo de respuestas hablan de una educación que yo llamaría de «Antiguo Testamento», donde hay normas y obligaciones mínimas (los diez mandamientos no dejan de ser unas prohibiciones mínimas) que cumplir para estar a bien con Dios. Y en donde se les ha insistido en el «tema» sexo como especialmente significativo a la hora de ser cristiano.
No faltaban las alusiones al rechazo social por ser cristiano, o la sensación de pertenecer a una institución que no conecta mucho con los jóvenes (o con la sociedad), o que es demasiado tajante en algunos planteamientos (por ejemplo bioéticos), o que no encuentra su espacio en el mundo de la cultura, o que se posiciona a menudo con determinados partidos políticos… Por no hablar de los escándalos dentro de la Iglesia.
Por otro lado, pocos conocían o leían las Escrituras, y también expresaban sus dudas en temas como la resurrección, los milagros, el problema del mal en el mundo, la «utilidad de la oración», el sacramento del perdón… y otros.
Seguramente los adultos podríamos añadir otras que han podido hacer temblar nuestra fe. El Evangelio de hoy habla de «riadas» que se llevan por delante una casa poco asentada, no bien construida, frágil.
Jesús ha venido explicando a lo largo del Sermón del Monte en qué consiste su proyecto del Reino, y en qué consiste ser discípulo suyo (=cristiano). Y el pasaje de hoy vendría a ser el resumen y conclusión de todo lo dicho hasta aquí: discípulo suyo es el que escucha su Palabra y la cumple, el que pone como cimiento de su vida las enseñanzas del Evangelio.
Se trata, por tanto, de construir mi persona (mi proyecto de vida), mi comunidad y la sociedad de la que formo parte sobre la Palabra de Jesús. Donde lo importante no es el decir «Señor, Señor» (una oración/culto separados de la vida y del compromiso por transformar la realidad, una oración llena de palabrería…), cuanto que nos preguntemos continuamente y procuremos discernir cuál es la voluntad de Dios para mí en cada momento de mi vida, de modo que vayamos haciendo nuestros los valores del Evangelio (los cimientos de la casa). Los cumplimientos y los mínimos de que he hablado antes quedan así del todo superados, tenemos que ir mucho más allá por convencimiento, por complicidad con el proyecto de Jesús. Jesús ha invitado a «hacer» la voluntad del Padre y no quedarnos en palabras o bellas intenciones. En esa voluntad el eje central siempre serán sobre todos en los otros, y especialmente los que están marginados, los que sufren, etc. Ser como él, vivir como él, para lo mismo que él, y apoyarnos en él. Esto es construir sobre roca.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf