Comentario al Evangelio del jueves, 26 de marzo de 2020
José Luis Latorre, cmf
Queridos amigos.
Vivimos en un ambiente bastante indiferente; ambiente en el cual Dios
parece no existir ni contar para nada; ambiente en que el camino señalado
por el mismo Dios no parece interesar mucho a una gran mayoría, prefieren
otras cosas más interesantes e importantes –el becerro de oro-. La fe
prácticamente está en descrédito. Grandes sectores de bautizados viven como
si Dios ya no les dijera nada y han dejado de practicar sus enseñanzas. Son
cristianos de nombre, pero no de hecho. Hoy hay mucha gente que tal vez no
entienda nuestro lenguaje sobre la fe e incluso tal vez la puede llegar a
malinterpretar, pero se quedan cuestionados por las obras de amor de muchos
cristianos.
El evangelio de hoy nos ha narrado una disputa de Jesús con los judíos.
También Jesús se sintió incomprendido, rechazado y atacado; no comprendían
sus palabras. Por eso él apela a las obras que hace, pues ellas hablan de
quién es Él y quién le envía. Las obras son irrefutables y las personas de
recta intención las entienden y comprenden.
Para vivir una vida auténtica y profundamente religiosa se necesita haber
tenido la experiencia de “sentirse dependiente de Dios”, unidos a Él con un
vínculo indisoluble, como el hijo se siente unido con sus padres. Cuando
uno se siente profundamente hijo de Dios brotan en él actitudes
espirituales y prácticas que caracterizan la vida de la persona y la
diferencian de los demás. El creyente, por ejemplo, en la prueba no
abandona a Dios como si fuera la causa del mal, sino que se vuelve más
hacia Él con una insistencia invencible como Moisés que intercedió por su
pueblo cuando esté se construyó el becerro de oro ofendiendo gravemente al
Señor. Por otra parte el creyente adulto en la fe siente como prueba
personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos; ora por todos y es
un intercesor universal dispuesto a cargar con las debilidades de los demás
y sufrir para que los otros sean aliviados, como hizo Moisés por su pueblo,
y sobre todo Jesús el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos.
La existencia de un Dios que es Amor no se demuestra más
que dejando transparentar que vive en los corazones de quienes le acogen;
Jesús será creído cuando los que creemos en Él vivamos con autenticidad sus
enseñanzas:
“vosotros sois mis discípulos si hacéis lo que Yo os mando”.
Ante personas que entregan su vida a los más débiles, que no acusan sino
que suplican y perdonan a quienes les ofenden, suele surgir la pregunta: ¿por qué actúan así? Y es que las obras tienen un valor
incuestionable e irrefutable; ante una persona de bien no cabe más que la
admiración y la imitación. Como dice Jesús “si no me creéis a Mí, creed a las obras que hago”. Hoy
más que nunca el testimonio coherente de los cristianos cambiará el mundo y
lo hará un poco más humano.
José Luis Latorre
Misionero Claretiano