Comentario al Evangelio del Jueves 28 de Noviembre de 2024
Queridos hermanos:
Los primeros predicadores cristianos no eran arqueólogos de los dichos y hechos de Jesús; no los conservaron como intocables piezas de museo, sino como material vivo, que siempre había que actualizar y explicar, a veces ampliándolo; Jesús no dejó tras de sí papagayos, sino heraldos y catequistas. Y los evangelistas recogieron aquellas catequesis que los precedían e hicieron lo mismo con ellas: ampliar, explicar, actualizar.
Hoy nos encontramos muy probablemente con un núcleo de predicación de Jesús en que él mismo echa mano de la imaginería apocalíptica preexistente, cataclismos celestes y maremotos, y que el evangelista actualiza con descripciones tomadas de la historia reciente, conocida por él y por sus lectores: guerra de en torno al año 70 entre Israel y Roma, Jerusalén cercada por los ejércitos imperiales, matanza indiscriminada de judíos como castigo por su rebelión, abundante captura de rehenes y deportación, desplazamientos de población… Las guerras son poco originales, todas se parecen.
Ese es el marco en el que el evangelista encuadra su mensaje, que tiene una enseñanza actual para sus fieles. Ellos conocen la destrucción del pueblo judío y, como otros cristianos de las primeras décadas, o incluso siglos, solo pueden entenderla como abandono de Dios a un pueblo infiel, que no acogió ni reconoció a su Mesías. Precisamente en este evangelio encontramos aquellas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa, lamentando que “el mensaje de paz está escondido a tus ojos…porque no entendiste el momento de mi venida” (Lc 19,41.43). A sus fieles hace el evangelista una advertencia muy seria: con los dones de Dios no se juega, mucho menos con el don supremo del envío de su Hijo; hay que vivir atentos, percibir su presencia, no dejar pasar la ocasión…
Ignoramos en qué medida los destinatarios de este evangelio, de procedencia predominantemente no judía, admitían o siquiera entendían el simbolismo apocalíptico, con sus calamidades, estragos y hecatombes. En todo caso, conocen guerras y persecuciones, y quizá algunos de ellos están sufriendo esas situaciones de angustia. El evangelista, como oportuno pastor y fiel creyente en las promesas de Jesús, les asegura que, venga lo que viniere, ellos están predestinados a disfrutar la gloria del Maestro ya triunfador; al Hijo del Hombre nadie le arrebatará su soberanía, y sus fieles saldrán airosos de toda prueba, pueden andar con la cabeza muy alta.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf