Comentario al Evangelio del jueves, 29 de febrero de 2024
Fernando Torres, cmf
Parábola mil veces oída pero que no sé si termina de convencernos. El mensaje es muy sencillo. Diríamos que simple. No hace falta tener estudios para ver la comparación entre el rico y el pobre que con tanta claridad se hace en la parábola. No resulta difícil imaginarse al rico en medio del banquete, servido por sus esclavos, teniendo delante una mesa llena de los manjares más exquisitos. Es una escena que ha sido rodada en muchísimas películas. Son los banquetes de griegos y romanos o de la edad media. O los modernos y superlujosos restaurantes que salen en las películas ambientadas en la actualidad. En todas esas escenas se marca una distancia enorme entre dentro y fuera. El ambiente dentro de la sala del banquete, del comedor, es cálido, lujoso, rico… En cuanto se sale fuera de las puertas del palacio restaurante, todo es pobre, frío, andrajoso, sucio… Unos tienen de todo, los de dentro, y otros carecen de todo, los de fuera.
En la película Titanic (dirigida por James Cameron en 1997) los diálogos hacen continuamente referencia a arriba (los del primera clase) y abajo (los de segunda y tercera). Toda la película muestra las fronteras y puertas que impiden la comunicación entre unos y otros. Pero por muchas barreras y puertas que se pongan, todos van en el mismo barco y el naufragio es igual para todos.
Jesús nos recuerda que los pobres han de ser los primeros. No hay forma de construir la fraternidad del Reino sino acogiendo a todos. La prueba de la autenticidad de la fraternidad es cuando se hace que los pobres sean los primeros. Cuando los demás nos ponemos a su servicio. Es la única forma de garantizar que no se excluye a nadie: cuando se da prioridad a los excluidos y marginados.
Este mundo ha avanzado mucho desde los tiempos de Jesús. Pero la riqueza, los bienes de este mundo siguen estando muy mal repartidos. Casi tan mal como en los tiempos de Jesús. Hoy la fraternidad del Reino sigue siendo un sueño lejano. Es tan lejano que parece imposible. Y que a veces tenemos la impresión de que es inútil trabajar por ese ideal. Y hasta justificamos nuestra falta de voluntad. Muchos de los lectores de este comentario no son/somos demasiado conscientes de que nos ha tocado en la parte buena de este mundo, de que nuestra mesa está demasiado llena de manjares mientras que la de tantos y tantas, aquí y lejos de aquí, está prácticamente vacía. Queda mucho por hacer y el Reino, la fraternidad de los hijos e hijas de Dios, debería seguir siendo el objetivo prioritario de los que creemos en Jesús. Para que no nos pase como al rico de la parábola.