Comentario al Evangelio del Jueves, 3 de Abril de 2025
Jesús mismo es el testigo de Dios. A Dios, al inaccesible, al trascendente, al que no conoce nadie, lo vemos, se nos hace transparente en Jesús. Son las obras y las palabras de Jesús, su estilo de vida, su forma de relacionarse, lo que nos muestra como es Dios de verdad.
Y no hay más testigo que Jesús. Ni más líderes, ni más guías, ni mas timoneles. Cualquiera que se pretenda colocar en medio, entre Jesús y la persona, no hace más que estorbar. Lo malo es que da la impresión de que necesitamos siempre alguien visible al que mirar como nuestro líder, que se termina colocando en medio y que acaba por oscurecer a Jesús.
Miremos sencillamente la historia. Ya desde el principio surgieron las divisiones entre los mismos cristianos. Recordemos el texto de la primera carta a los Corintios en el que Pablo dice “me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?” (1,11-13). Aquellos habían confundido el dedo del tonto que señala a la luna con la misma luna. Seguramente que Pablo y Apolo y Cefas eran buenos mensajeros de Jesús. Pero ellos no eran Jesús. Ellos eran solo mediadores. Lo suyo era anunciar y quitarse de en medio para que sus oyentes se encontrasen con Jesús.
A lo largo de la historia han surgido otros muchos profetas que, es posible que sin querer, se han ido colocando en medio. Una pena porque de ahí han venido tantas divisiones en los que deberíamos formar una sola familia en torno a Jesús, como hermanos y hermanas, sentados a la mesa única del Padre.
Ya va avanzada la Cuaresma y es tiempo de acoger en nuestros corazones el mensaje de Jesús. Seguro que hay personas que nos han ayudado a encontrarnos con Jesús y el mensaje del Reino pero no tenemos que quedarnos en ellas sino llegar a Jesús y hacer de su palabra y de su vida la referencia central de nuestra vida. No como aquellos judíos del evangelio que se habían quedado fijados en sus normas y no eran capaces de ir más allá.
Fernando Torres, cmf