Comentario al Evangelio del jueves, 3 de agosto de 2023
Juan Carlos Rodriguez, cmf
Hermana, hermano:
“¿Entendéis todo esto?”. Así nos pregunta el Maestro en ese final del capítulo 13 de las parábolas.
Pedimos luz al Espíritu para captar el mensaje salvador, la buena noticia que llega envuelta en esas expresiones que nos causan -en un primer momento- cierta inquietud o desasosiego: esas imágenes del fuego, de hornos encendidos, de rechinar de dientes…
Como a los destinatarios del Evangelio de Mateo puede que nos pase que nuestro fervor religioso y la vitalidad de nuestros compromisos con la vida nueva del Evangelio hayan perdido fuste y arrastremos una vida cristiana apagada o mediocre o anodina.
El aguijón del Evangelio se dirige con potencia a ese punto “desvitalizado” y medio muerto de nuestra confesión creyente. Y pone ante nuestros ojos esta verdad: acostumbrarse al mal lleva a la propia ruina. Así pues: despertemos. Porque siempre es posible enderezar el rumbo, siempre es posible avivar el fervor, siempre es posible intensificar la vitalidad.
Escuchar la interpelación. Acoger la advertencia. Abrirse una vez más a la gracia del amor misericordioso… a ello estamos siendo urgidos por esta Palabra de hoy.
Con la certeza de que el fuego del Espíritu es la fuerza destructora del pecado y del mal. Ese fuego al que Jesús aludía, y que nos aseguraba que venía a encender con su vida y su entrega; esa llama viva que quemará todo rastro de cizaña y mala hierba del corazón del hombre.
Con la confianza en que los momentos de siega, que se van dando a lo largo de nuestra vida, son ocasión para que sean recogidos y arrojados al fuego “todos los escándalos y todos los hacedores de maldad”.
Con la esperanzada persuasión de que el fuego de Dios, su Espíritu, hará desaparecer un día toda forma de mal.
“¿Entendéis todo esto?”.
Sí. Nos sabemos confrontados por la Palabra que es un revulsivo. Acogemos su interpelación que nos abre horizontes de plenitud.
Tu hermano.
Juan Carlos, cmf