Comentario al Evangelio del jueves, 6 de abril de 2023
CR
Queridos amigos y amigas:
Celebramos hoy, con la Misa de la Cena del Señor, el inicio del Triduo Pascual. Jesús nos prometió que no nos dejaría solos, afirmando que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos. Una de las muestras de esta compañía misericordiosa del Señor a través de los siglos es su presencia eucarística. Él está allí ofreciéndonos alimento, fortaleza, vida eterna y unión plena en el amor divino.
Considero que como cristianos aún no caemos en la cuenta de la grandeza de esta promesa y de esta presencia del Señor en la Eucaristía. Pasamos de largo e indiferentes ante la mesa de Cristo que ofrece este banquete exquisito gratuitamente. No consideramos que nuestra existencia puede ser transformada progresivamente si comemos del Pan Vivo bajado del cielo. Estamos llamado a comer y adorar a Cristo presente en la Eucaristía. En Él nos revitalizamos para vivir el amor generoso, sacrificado y compasivo en nuestras relaciones.
El lavatorio de los pies despierta en nosotros el deseo de servir y de comunicar a los demás la vida nueva que brota del Evangelio, pues el Señor nos ha dado este signo como el distintivo del discipulado: “Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 15). Viviendo de esta forma nos unimos indisolublemente a Cristo y su causa a favor de los pobres, la vida y la fraternidad.
Ostentar el poder ante los demás, quedar mejor que los vecinos, colgar etiquetas a los que son distintos… son algunas de las inquietudes que la sociedad nos exige y que solemos hacer nuestras. Por otra parte, sentirse superior que los demás, compararse con los otros, siempre ha sido una tendencia negativa del ser humano que enfrenta las personas unas con otras en las ideas, las culturas, las maneras de expresarse y las ideologías. Vivimos envueltos en un cascarón de vida que se rompe con facilidad a la hora de la prueba.
Una pregunta que obligatoriamente nos deberíamos hacer hoy es ¿qué somos capaces de dar nosotros? Sabemos que no se trata sólo de unas monedas, y menos si son las que sobran. Es compartir con nuestra familia y con nuestro prójimo tiempo, cariño, escucha, apoyo, sabiduría, alegría, fe, acogida, atención. Dice el maestro espiritual M. Quoist: “Tengo miedo de lo que doy, pues me esconde lo que no doy”. ¿Qué no somos capaces de dar todavía? Ojalá que como Jesús seamos generosos y demos la vida entera por el Reino, sin esperar recompensas que se lleva el viento. Este es el tiempo oportuno.