Comentario al Evangelio del jueves, 8 de julio de 2021
CR
Queridos hermanos y hermanas:
Jesús, como Maestro que es, adiestra a los suyos en el arte de evangelizar. Les instruye con pocas consignas, pero fundamentales, para encarar de manera adecuada la misión. Él no quiere a su lado funcionarios a disgusto, ni trabajadores a sueldo, ni propagandistas agresivos, ni virtuosos de la oratoria, ni profesionales en la venta ambulante. Los quiere agradecidos y generosos. Por ello les recomienda con encarecimiento la gratuidad. Ese valor que se está volviendo hoy raro y costoso, porque nadie da nada por nada. Todos buscan intereses ocultos. Como la religión se puede convertir también en negocio de compra-venta, no deberíamos olvidar algunos principios fundamentales.
Ni Jesús el Señor ni su Reino son propiedad de nadie. Ni siquiera de la Iglesia. No hay lugar para el monopolio. Tampoco puede convertirse en objeto de negocio. No se puede adquirir como artículo de lujo. A nadie le está permitido esconderlo cuidadosamente para evitar su pérdida o deterioro. El Reino está pensado para ser compartido, comunicado, difundido,… a todos. Particularmente a los que no pueden pagar con nada; ni siquiera con méritos propios.
El mensaje es, sin lugar a dudas, regalo. Es don. Vale muchísimo, pero no cuesta nada. Se recibe como una muestra del “amor loco” de Dios. Su gestión no entra en la lógica comercial del intercambio. Se recibe, por sorpresa, como una “muy buena suerte”. El evangelizador lo administra, pero no lo puede retener en propiedad. Ni siquiera puede exigir privilegios al administrarlo. No lo recibe en virtud de sus méritos o de sus esfuerzos como servidor del evangelio, aunque los tenga y muchos.
El Reino es valioso y suficiente. Por ello, cuando se recibe el encargo de transmitirlo, hay que deshacerse de estorbos innecesarios (monedas de oro, de plata o de cobre; morral para el camino, dos túnicas, sandalias, bordón,…). El Reino relativiza todo lo demás. Recompone la estimativa con la que se valora la realidad desde los criterios del Señor. Y eso debe visibilizarse, mostrarse, exhibirse, hacerse visible, dejarse notar… La pobreza se convierte así en el ingrediente necesario de la gratuidad y en la más inequívoca manera de anunciar el Reino. Donde está tu riqueza allí está tu corazón.
Hay que repartirlo gratis, sin tener miedo a que se acabe. No le es permitido al evangelizador regatear con el Reino, ni subir su precio ni siquiera en un céntimo. No exige justificantes de buena conducta, o carnet de pertenencia eclesial.
Por ello, el clima de la repartición gratuita del Reino es la paz, la cercanía afectiva desarmada, la fraternidad universal. No puede repartirse de otra forma, porque bajo toda actitud beligerante y agresiva siempre se esconde la defensa de una apropiación indebida.