Comentario al Evangelio del jueves, 9 de diciembre de 2021
CR
Queridos hermanos:
De pocas figuras (bíblicas) celebramos el nacimiento. De muchos hacemos memorias a la hora de su muerte. Del Bautista, el nacimiento. Es que el Señor es clemente y misericordioso, como dice el salmo, lento a la cólera y rico en piedad. Precisamente por eso, a pesar de todo, a lo largo de la historia fue enviando profetas, para ver si se nos ablandaba el corazón, siempre, siempre, siempre.
El final de los profetas no fue nunca pacífico. Es que decir la verdad, cuesta. A veces, cuesta la vida. En el mundo siguen muriendo muchas personas, por decir la verdad, como el Bautista.
También nosotros estamos llamados a preparar el camino, ser Bautistas para la gente que nos rodea. Se trata de anunciar una buena noticia, un Dios rico en piedad, justo a su manera, como dice un cuentecillo de Anthony de Mello:
El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios para hacerse discípulos suyos.
El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que sentir cómo se desgarraba su corazón al separarse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres. Se desató en aquel país una persecución, a resultas de la cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.
Y el Señor le dijo:
– "Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!"
La generosidad del más joven fue menor. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fueron bien los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando mandaba alguna pequeña suma de dinero a su hermano mayor que se encontraba en un remoto país, adjuntándole una nota que decía: "Tal vez con esto puedas ayudar mejor a aquellos pobres diablos".
Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo:
– "Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido con valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!"
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo:
– "Señor, aun sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por Ti exactamente lo mismo que he hecho".