Comentario al Evangelio del lunes, 12 de febrero de 2024
Fernando Torres, cmf
En el diálogo en mi casa surgió el tema de cuál fue la primera universidad de América. Uno dijo que él creía que era la de Lima. Otro dijo que él no creía sino que sabía que era la de México. Hay cosas que no necesitan de la fe. Lo único que hace falta es acudir a los datos y a los documentos. Y si estos dicen una cosa pues ya está ahí la respuesta. No hace falta “creer”.
Con Dios la cuestión es diferente. Eso sí es una cuestión de fe. La existencia o no existencia de Dios no es una cuestión de documentos, de pruebas físicas ni químicas. Dios está más allá (o más acá, a saber) de nuestro universo tangible. De la existencia de Dios, de su presencia y cercanía a nuestras vida, podemos encontrar signos, indicios. Pero no vamos, no podemos ir, más allá. Por eso decimos que ante él nos ponemos en un contexto de fe. Es una decisión personal la de creer, aceptar su existencia o rechazarla.
La realidad es que los signos, los indicios, nunca son definitivos. Si lo fuesen, ya no estaríamos hablando de fe sino de ciencia. Los signos e indicios se pueden siempre interpretar de muy diversas maneras. Si en un documento auténtico dice que la universidad de México se fundó en el año X, no hay nada que discutir. Es un dato que no se puede interpretar. Pero si un amanecer lleno de luz y belleza, si la mano tendida de un hermano, si la cercanía de un desconocido acompañando nuestro dolor, nos hace pensar en la existencia de Dios, eso se puede siempre interpretar. Y también malinterpretar, por supuesto. La buena acción de una persona siempre puede ser leída como fruto de un interés egoísta.
Jesús estuvo cerca de los que sufrían, curó a los enfermos y fue testigo del amor de Dios para todos. Para unos aquello fue un signo claro de que era el Hijo de Dios, el Salvador esperado. Pero para otros todo aquello no fue más que la obra del demonio para confundir a los hombres. De hecho, a Jesús le terminaron condenando a muerte precisamente los que en su tiempo eran los representantes de la religión oficial.
Por eso, la fe es una opción personal. No es fruto de una prueba científica. Ya tenemos signos e indicios suficientes. Depende de nosotros aceptarlos como signo o rechazarlos como antisigno.