Comentario al Evangelio del lunes, 17 de agosto de 2020
Edgardo Guzmán, cmf.
Queridos amigos y amigas:
En la primera lectura de hoy vemos cómo Ezequiel recibe la revelación y el mandato de anunciar un evento profético no solo con las palabras, sino con su propia experiencia de vida. Se trata de una experiencia dolorosa: la perdida de una persona muy querida para él, su esposa, «el encanto de sus ojos» (v.16), se le pide que no manifieste ningún signo de luto y dolor. Este extraño comportamiento suscita curiosidad en la gente (v.19). Es el punto que despierta la profecía. Lo que le ha sucedido a Ezequiel es un signo de lo que vivirán los israelitas en el exilio.
De hecho, será «la hora mas trágica de su historia», su ciudad amada caerá en manos de Babilonia, los hijos que se quedan en el país morirán. La catástrofe será tan fuerte y de forma tan improvisa que no tendrán tiempo para hacer luto, llevarán sus lamentos en silencio (vv.22s). En lugar de derramar las lágrimas de arrepentimiento y de manifestar exteriormente su dolor, será mejor entrar en lo más intimo del corazón para reconocer el mal que ha causado toda esta situación: haberse alejado de Dios, que los ama como un esposo ama a su esposa. Solo un arrepentimiento sincero podrá reanimar la esperanza y reubicarlos en el camino del Señor. Es instintivo reaccionar al dolor con llanto y lamentos, pero las lágrimas no son todo y por sí mismas no pueden cambiar nada. El creyente tiene el desafío de descubrir el poder humanizante y salvífico contenido en el misterio del dolor.
En el Evangelio de hoy encontramos la conocida escena del «joven rico». Es un joven que está en búsqueda, de lo que toda persona humana anhela: vida y felicidad. Este muchacho le pregunta a Jesús que debe hacer para obtener esa vida en plenitud, la vida eterna, quiere traducir en acciones su anhelo más profundo. Jesús se complace de la búsqueda honrada y sincera de este joven y lo guía gradualmente. Con la contra pregunta: «¿Por qué me preguntas qué es bueno?», y la afirmación: «uno solo es Bueno» (v. 17), Jesús le señala que en realidad la búsqueda de la vida eterna es la búsqueda de Alguien no de algo. Lo “bueno” no es un principio ético abstracto, es un rostro, el del Padre.
Solo después de esa premisa, Jesús le indica al joven el camino a seguir. Primero le recuerda el camino tradicional: el cumplimiento de los mandamientos como expresión de la voluntad de Dios. Pero el muchacho no se contenta con lo que le parece obvio, piensa que «todo eso lo he cumplido» (v.20). Busca algo más, algo que vaya más allá de lo que ya es conocido y practicado. Ahora Jesús le hace una propuesta novedosa: «si quieres ser perfecto» (v. 21), dándole unas sugerencias concretas: «vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y sígueme». A pesar de ser un joven bien intencionado no fue capaz de dar ese salto de calidad que le pedio Jesús, al final «se fue triste» (v. 22). La realización plena de nuestra vida no está en tener muchos bienes materiales o una seguridad económica, sino en tener nuestro corazón libre de apegos. ¿Cuáles son mis tesoros? ¿Dónde tengo puesto el corazón? ¡El Señor no se cansa de invitarnos a seguirle!
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com