Comentario al Evangelio del lunes, 18 de diciembre de 2023
Miguel Tombilla, cmf
José era un hombre justo. De una justicia extraña que se da la mano con la misericordia y es tan diferente de aquella en la que se busca solo el resarcimiento. Una justicia que no es rigidez, sino capacidad de ver más allá de lo esperado: de la condena, de la acusación pública. Decide repudiar a María en secreto, porque sabe que ese hijo no proviene de él, que no es carne de su carne y que es fruto del engaño. A pesar de todo, no quiere sacarlo a la luz, no quiere hacerlo público. Y con esta determinación amarga, José se duerme.
En ese sueño se le aparece un ángel que le lleva por lugares poco transitados y poco creíbles: Espíritu Santo, Enmanuel, Dios-con-nosotros, profecía…
José, como Jacob, debió de pedir explicaciones al ángel; probablemente, luchó un rato con él entre el aleteo de plumas y el roce de lo onírico. El ángel probablemente se calló y guardó las palabras para más adelante, para ese día maldito de sangre de inocentes y de salvación en tierra extranjera.
José, con los ojos todavía pesados y el corazón estremecido, comenzaría a desperezar su cuerpo y su espíritu, intentando dar crédito a las palabras soñadas, al encuentro con lo diverso que no puede ser uno mismo. Y viendo a María y a su vientre, tuvo que creer al ángel porque pudo saber, como saben los que pueden ver lo diferente, que ese niño era Dios-con-nosotros, que esa mujer, medio niña, era madre del Esperado. Y que él era el justo que renunció a la condena por un sueño de alas y de susurros. Bendito Justo.