Comentario al Evangelio del lunes, 19 de febrero de 2024
Fernando Torres, cmf
El Evangelio de hoy trae para nuestra reflexión una de esas parábolas que nos puede ayudar a centrarnos en lo que verdaderamente es importante para un cristiano, para la persona que quiera seguir a Jesús. Es una parábola en la que Jesús habla del juicio final. No era un tema desconocido en las enseñanzas de fariseos y escribas de la época. Se daba por supuesto que después de la muerte, el alma se iba a enfrentar con un juicio en el que se valoraría su cumplimiento de la ley. La sentencia resultante del juicio dictaminaría si el alma iba destinada para siempre a galeras o si, por haber cumplido al detalle los mandamientos de la ley, pasaría a lo que sería realmente mejor vida. Es lo que Jesús hace cuando en la parábola dictamina que unos terminan situados a su izquierda (galeras eternas) y otros a la derecha (el premio de la vida).
El tema no era nuevo para los oyentes de Jesús. Podríamos decir que también para nosotros. A lo largo de la historia de la iglesia el tema del juicio final ha sido muy recurrente tanto en el arte sagrado como en la predicación. Lo nuevo, lo realmente novedoso, de la parábola de Jesús es lo que se valora en el juicio. Jesús no habla para nada del cumplimiento de la ley ni de la observancia del sábado ni de los sacrificios en el Templo ni de la participación en las fiestas judías. Jesús se centra en otro asunto que tiene muy poco que ver con la ley, con el cumplimiento ritual o con la pureza.
Para Jesús lo importante es como la persona ha tratado a los más pobres, a los hambrientos, a los sedientos, a los forasteros, a los que carecen de ropa, a los enfermos y a los encarcelados (por cierto, no dice a los encarcelados inocentes sino simplemente a los encarcelados). Otra revelación importante: El Hijo del Hombre que preside el tribunal se identifica con todos esos que son los últimos de la sociedad. Lo que se les hace a ellos se le hace a él.
De una religión centrada en los mandamientos y el culto se pasa a otra en la que lo más importante es la relación con el hermano y, sobre todo, con el hermano más necesitado. El cambio es radical (y posiblemente todavía nos cuesta entenderlo y asumirlo).