Comentario al Evangelio del lunes, 2 de octubre de 2023

Fecha

02 Oct 2023
Finalizdo!
Carmen Fernández Aguinaco

Memoria de los Santos Ángeles de la Guardia

A los niños siempre se les pregunta qué quieren ser cuando sean mayores. Ser mayor, ser grande, se presenta como ideal. Sería raro que alguien contestara que quiere ser pequeño. Enseguida pensaríamos que tiene complejo de Peter Pan, y, los más avanzados, buscarían un psicólogo para un niño que no parece “normal”, que no quiere dejar de ser niño. El ideal es la grandeza y una grandeza llena de gloria. Es a ser grande a lo que aspiramos, no a ser pequeños. Los padres desean que sus hijos sean grandes, que lleguen a ser alguien, que triunfen.  Y en este mundo, triunfar puede querer decir tener el coche de última moda, ser capaz de dar discursos políticos (por muy vacuos que sean la mayoría de las veces), tener un título… o estar en posesión de las mejores armas.

No creo que Jesús pretenda que fracasemos, que no crezcamos o que no lleguemos a la edad adulta. Pero parece ser que su definición de grandeza es algo distinta a la idea que se suele tener sobre grandeza. No se trata de títulos ni de posesiones, sino de la identidad de los ciudadanos del reino, los cristianos. El antiguo catecismo preguntaba: “¿Qué es ser cristiano?” Y la respuesta era: “Ser cristiano es ser discípulo de Cristo.”

Otro pasaje del Evangelio dice que el discípulo no puede ser mayor que el Maestro. Y el maestro: “se vació a sí mismo”. Ser pequeño en el vocabulario de Dios es, nada más y nada menos que ser tan grande como el Maestro. El cristiano no está llamado a la pequeñez, sino a una inmensa grandeza. Entrar en el Reino, ser del Reino, significa ascender a la mayor grandeza. Haciéndose, paradójicamente, mínimo. Porque solo Cristo Jesús, obediente hasta la muerte, es grande.

¿Qué significa hacerse pequeño, entonces? Pienso que, simplemente, ese “ver continuamente el rostro de Dios” de los ángeles de la guarda que celebramos hoy, significa desprenderse de toda pretensión de poder, de mérito, o de ascendencia sobre alguien. Ver constantemente el rostro de Dios es saber que toda la grandeza que yo mismo pueda alcanzar, todos los triunfos que pueda cosechar, tienen su causa última en el poder de Dios, y no en el mío. Ver constantemente el rostro de Dios significa tener siempre presente el porqué de las cosas. Y también el “para quién”. Es aceptar la luz y la verdad de Dios sobre uno mismo y sobre el mundo. Y es alcanzar la grandeza de tal visión.

Carmen Fernández Aguinaco

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