Comentario al Evangelio del lunes, 24 de julio de 2023

Fecha

24 Jul 2023
Finalizdo!
Fernando Torres cmf

 


Los letrados y fariseos querían un milagro para creer en Jesús. Y nosotros muchas veces también. Pensamos que con un milagro todo sería más fácil. Pensamos que, si Dios es todopoderoso, debería arreglar las cosas para que los pobres no sufrieran la pobreza, los oprimidos la injusticia ni los enfermos la enfermedad. Es algo así como si le dijéramos a Dios: demuéstranos que eres de verdad Dios, Padre, Todopoderoso, que te preocupas de tus hijos e hijas, que no eres u n muñeco de feria ni un adorno en nuestras vidas. De alguna manera, le retamos: que nos demuestre lo que es y le seguiremos, creeremos en él, cumpliremos sus normas y leyes. Pero, por favor, que nos solucione la vida, que nos libre de tantas trabajos, angustias, preocupaciones, de la enfermedad y de la muerte, del desamor y la soledad.


Pero la verdad es que nuestro Dios no ha sido pródigo en hacer grandes signos que nos dejaran apabullados. Casi podemos decir que la historia de Dios entre nosotros empezó mal: en Belén, en un pesebre maloliente, nació un niño. Frágil, vulnerable, sin poder hablar ni expresarse más que a través de sus lloros. Y no siguió mucho mejor. Es verdad que Jesús hace algunos milagros pero su eficacia es muy relativa. Cura las enfermedades de algunos pero la mayoría siguen igual. Da de comer a una multitud pero eso no es nada comparado con las muchas gentes que pasan hambre y que no llegan a fin de mes. Y, por si no era suficiente, todo terminó mal: en la cruz. El fracaso total.


Y aún así hubo un grupo, unos cuantos de sus seguidores, que se empeñaron en decir que Jesús había resucitado, que había vencido a la muerte. Vivían con una nueva esperanza. Sentían el Espíritu de Jesús en medio de ellos, compartían el pan, atendían ellos a los pobres, vivían en fraternidad, trabajaban por la justicia. Y hablaban del Reino.


El gran signo de Dios no es que se oscurezca el sol a mediodía sino los muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia se han dejado la piel por vivir la fraternidad, por atender y servir a los necesitados, por hacer justicia para los oprimidos. Una nube de testigos nos rodea. Basta con que abramos los ojos. Y la fe brotará en nuestro corazón.

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