Comentario al Evangelio del lunes, 27 de diciembre de 2021
CR
Queridos amigos y amigas:
En la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, se nos recuerda que la fe es don y tarea. Experiencia y transmisión. Corazón y boca.
La fe, como las cosas más importantes de la vida, se nos ha regalado. No la ha inventado nuestra generación, ni hemos pagado por ella, ni se puede vender… es un regalo que nos viene de los que nos precedieron… y que se entrega a cada generación, para que la recree en su circunstancia. Y a cada corazón, para que fermente la vida y la haga nueva, redireccionándola hacia el sueño de Dios.
“Lo que hemos oído”, “lo que hemos visto con nuestros propios ojos”… “pues la vida se hizo visible”… “esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”… Todo es un regalo. Por pura gracia.
Ese regalo tiene su origen en la persona de Jesús. Aquél que, hace 2000 años, pasó haciendo el bien y hablando de parte de Dios. Aquél que unos acusaron de ser un embaucador… y que otros reconocieron viniendo de parte del Padre, como Hijo en quien reconocernos y desde el que vivir. Todos “vieron” a Jesús. Aunque no todos lo creyeron. La fe siempre es un salto. Y Juan lo dio: “Vio y creyó”. Ahí está la gracia.
Cada creyente y cada generación está llamada a hacer ese salto: “ver” a Jesús, conocer su persona, saber qué dijo, qué hizo… y “creer” que en su humanidad se nos está dando el mismo Dios, acogiéndonos desde siempre y para siempre, abriendo caminos nuevos para la vida y para el mundo, en la esperanza de que, si vivimos desde ahora con Él, viviremos para siempre con Él. Ahí está lo definitivo. “Ver y creer”.
Y una vez que se recibe, la fe es tarea. “Os damos testimonio y os anunciamos”… “para que estéis unidos con nosotros”… “y para que nuestra alegría sea completa”. Esa es la comunión que ofrece la fe: unirnos en ese círculo de amor entre el Padre y el Hijo. Más allá de nuestros orígenes, lenguas, razas, características o simpatías, nos puede unir la fe en el mismo Dios de la vida, para dar vida. Y esto hay que anunciarlo.
Corazón y boca… para llegar a abrir las manos.