Comentario al Evangelio del lunes, 27 de julio de 2020
Pablo Largo, cmf
Queridos amigos:
Distinguir: ahí tenemos una operación importante de la inteligencia humana. Y Jesús sabía distinguir. Quizá, a primera vista, confundimos un grano de arena y un grano de mostaza. Pueden medir y pesar prácticamente lo mismo, pero pertenecen a reinos diferentes de la naturaleza: el de los minerales y el de los vegetales. No sembramos granos de arena; sembramos semillas vivas, por menudas que sean, porque alojan en sí un potencial inmenso. Y la levadura es un hongo microscópico, pero desde antiguo conocían las amas de casa y hoy conocen los industriales los efectos que produce en los procesos de fermentación.
Todos los comienzos en el orden de la vida, y también en el orden de ese otro reino que es el Reino de Dios, el Reino de la gracia, son pequeños…, pero seminales. A una mirada corta y superficial le parecerán insignificantes, pero el defecto está en la mirada, no en la vida y sus inicios. Jesús pudo toparse con personas decepcionadas ante arranque tan menudo del señorío de Dios, que, por añadidura, venía de manos de un galileo y tenían lugar en la tierra desprestigiada de Galilea. Él podía replicarles: «Vosotros no veis más allá de un palmo ni conocéis la promesa de las cosas. Vuestra impaciencia os lleva a ver un huevo y querer oírlo cantar. La esperanza es aguardar a oírlo cantar, es ver una semilla, conocer el potencial que lleva dentro y adivinar e imaginar el término a que está destinada. Principio quieren las cosas, principio quieren las cosas de Dios. Donde para vosotros está el desengaño, para otros está la revelación».
Vuestro amigo
Pablo Largo