Comentario al Evangelio del lunes 29 de julio de 2024
Queridos amigos:
Hace exactamente una semana celebrábamos la fiesta (con la merecida calificación de “fiesta” que ahora le da la liturgia) de Sta. María Magdalena; y en el día de hoy, hasta hace unos tres años, se celebraba Sta. Marta. Probablemente esta proximidad de celebraciones, muy antigua, se debía al error, también muy antiguo, de considerar que Marta y María Magdalena eran hermanas. Hoy, con mejores conocimientos histórico-bíblicos, se sabe que no fue así; Marta y sus hermanos eran de Betania, en Judea, mientras que María Magdalena era de Magdala, que debe situarse en Galilea; tampoco debe confundirse con la mujer pecadora pública, anónima, que, según Lc 7,36ss, ungió los pies de Jesús (o la cabeza, según Mc 14,3-9). La tradición popular, siempre propensa al concordismo, ha hecho de tres mujeres diferentes una sola. Esta tendencia ya comenzó en época bíblica: una de las múltiples redacciones del cuarto evangelio identificó a María de Betania (Jn 11,2) con la mujer -no se dice que pecadora, que ungió los pies de Jesús.
Tras el concilio Vaticano II se realizó una revisión del calendario litúrgico, con rigor histórico en cuanto a la selección de santos y en cuanto contribuyese a su mejor conocimiento; en la medida de lo posible, se los situó en la fecha de su muerte. Pero quedaban algunos flecos que, en años sucesivos, se van recogiendo.
Hoy celebramos sencillamente la santidad de tres hermanos, dos mujeres y un varón, en cuya casa, quizá repetidas veces (cf. Lc 10,38-42), se hospedó Jesús. Al parecer son solteros, cosa rara en el judaísmo de la época (¿pertenecerían a algún grupo integrista, tal vez esenio?). El evangelio destaca la actitud de Jesús para con ellos: “amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5), y este es calificado como “amigo” (Jn 11,11) de Jesús y de sus seguidores: “nuestro amigo”. El evangelista tenido por más tendente a la espiritualización es el que repara en los sentimientos humanos de Jesús, que “se conmovió y se turbó en su interior” (11,33), y “derramó lágrimas” (11,35) por la muerte de Lázaro.
Se nos ofrece una gran lección de humanidad, o insistencia en la verdadera encarnación, al mismo tiempo que la confesión de fe en el mesianismo, omnipotencia y divinidad de Jesús: “el Cristo, el Hijo de Dios, el esperado del mundo” (Jn 11,27). Lázaro cultiva la amistad, María escucha a Jesús sentada a sus pies, Marta procura que en la casa no falte nada en las atenciones al singular visitante. Previamente ha confesado que, donde está Jesús, la muerte no tiene poder: “no hubiera muerto mi hermano” (11,32).
Sobra toda reivindicación feminista barata o malsana, pero quizá convenga observar que, en el cuarto evangelio, la confesión de fe de Marta está en paralelo con la de Pedro: “nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6,69). Seamos varones o mujeres, jóvenes o mayores, sanos o enfermos… estamos llamados a cultivar la amistad con Jesús, a escuchar su palabra y atender a los detalles de su causa, sobre todo a confesar y proclamar que él es la vida y el único que tiene palabras de vida eterna.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf