Comentario al Evangelio del Lunes 3 de Febrero de 2025
Queridos hermanos, paz y bien.
Todos se admiraban. Es normal, porque las cosas que hacía Jesús eran admirables. Como admirables son los ejemplos de vida de las personas que nos encontramos en la primera lectura. Y, a pesar de ser admirables, no consiguieron lo prometido, “porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro”, porque no había llegado la hora de Jesús.
Pero con la presencia de Jesús, la cosa cambia. Comienza a cambiar el signo de la batalla entre el bien y el mal. Lo que hasta entonces parecía imposible, derrotar al demonio, porque incluso con cadenas no podían sujetar al individuo, cambia absolutamente con la mera cercanía de Cristo. Los demonios se alteran, intuyen lo que les espera, pero les da igual. Esta vez, la victoria es del Bien, con mayúscula. El mal se retira, acaba sumergido y ahogado.
Los lugareños se asustaron, nos dice el texto evangélico. También es normal, porque muchas veces, cuando no entendemos algo, nos asustamos. Para entender lo que hace Jesús, es preciso haber compartido el camino, y estar en la onda en la que emitía Cristo. Si escuchas y no entiendes, la cosa puede dar miedo, porque sin fe hay muchas cosas incomprensibles. E imposibles.
El exendemoniado desea unirse al grupo de los seguidores de Jesús, quiere ir con Él y ser parte del grupo. Compartir su nueva vida con Aquél que le ha devuelto a la vida. Pero Jesús tiene otros planes para él. No todos están destinados a vivir con Jesús, compartiendo el camino y la vida. Eso queda reservado para un pequeño grupo de elegidos. A este hombre, por el contrario, le manda a ser “misionero en su casa”.
Y, por lo que parece, este hombre lo hizo bien, a conciencia. Se encargó de que todos supieran lo que el Señor había hecho por él, cómo le había devuelto la paz, liberándole de todos los demonios que no le dejaban vivir en paz. Quién sabe, puede que otras muchas personas alcanzaran también la paz, gracias a la predicación de esta persona.
Nosotros, seguramente, no hemos sido liberados de una legión de demonios, pero, con toda seguridad, hemos sentido la liberación que supone recibir el perdón por nuestros pecados. Esa reconciliación con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, que nos libra del peso de las cadenas que supone saberse en deuda.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.