Comentario al Evangelio del lunes, 30 de Septiembre de 2024

Fecha

30 Sep 2024

Hoy la Iglesia recuerda a San Jerónimo, patrón de los traductores y, en opinión de muchos, el primer especialista en exégesis bíblica. La oración colecta del día dice: “Oh Dios, que concediste al presbítero San Jerónimo un amor suave y vivo a la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de vida”.

San Jerónimo, en la historia de la Iglesia pero también en la historia universal, es una figura importantísima desde los ss.IV y V hasta nuestros días. Resulta sorprendente y hasta humorístico que en el Evangelio de hoy Jesús, respondiendo a la pregunta de los discípulos acerca de quien es el más importante declara: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante». Y ya está. Como tenemos la certeza de que Dios ve en lo más íntimo de nuestros corazones, suponemos que Jerónimo alcanzó la sencillez de un pequeño ante el Señor. También que nosotros, si reconocemos nuestra esencial pequeñez y desvalimiento, seremos acogidos por su misericordia.

Podemos examinar nuestra vida y responder sinceramente a la pregunta: ¿Quién es importante para mi, de verdad? Sospecho que, salvo muchos casos en el ámbito familiar donde la primacía la tiene el niño, el enfermo o el anciano, los “importantes” son los que más nos agradan o más pueden beneficiarnos: los que tienen poder o autoridad, los ricos, los famosos, los más atractivos, los más brillantes… Aquellos que nos proporcionan bienestar emocional o económico y poder.

Jesús, definitivamente es un subversivo: nos pide cambiar nuestros criterios de valor con el prójimo y poner en primer lugar a los pequeños, porque quien los acoge le acoge a Él. Poner en ellos más amor de obras y de palabras, cuidarlos, escucharlos. También respetarlos porque aún con la buena intención de ayudar pudiera ser que empleasemos con ellos la “condescencia” del que se cree superior. Todo esto, con frecuencia, resulta escasamente gratificante para nuestra condición humana caída. Como los primeros discípulos sólo podemos hacerlo siguiendo al Señor y abrazando su cruz. Alimentémonos de su palabra con mayor abundancia y encontremos en ella la fuente de vida.

Virginia Fernández

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