Comentario al Evangelio del Lunes 4 de Novimbre de 2024
Muchos experimentamos un cierto resquemor, por decirlo de algún modo, cuando hemos ayudado a alguien, le hemos prestado un servicio o le hemos resuelto algún problema. Y es que, aunque por lo general el favorecido nos lo agradece con palabras, a nuestro parecer no obtenemos una recompensa “equivalente”.
Podemos pensar, y de hecho pensamos muchas veces, que el amor que damos es mayor que el que recibimos. Y cuando, en según qué momentos, aquellos, a quienes dedicamos tiempo, atención, asistencia o bienes materiales “deberían” correspondernos, no aparecen, no llaman, no acompañan… nos sentimos defraudados. Algo bien natural porque es difícil de tragar y sólo lo aceptamos, aunque con quejas mas o menos expresadas, si los beneficiados son familia muy cercana o grandes amigos. Por eso aunque sea un poco inconsciente puede llegar a parecernos más sensato y ventajoso el ejercicio de la generosidad calculando el beneficio: lo que nos puede reportar la invitación a aquellos de los que, con seguridad, obtendremos algo semejante a lo que pretendemos dar.
El Evangelio de hoy nos ofrece una forma nueva, como toda propuesta de Jesús, para superar esta clase de decepciones por lo demás muy humanas: hay que dar primero a pobres, lisiados, cojos y ciegos, es decir a todos aquellos que, aunque lo deseen, no pueden ofrecernos compensación proporcionada al don. En la primera lectura San Pablo amonesta: “No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”.
Cristo Jesús nos lo ha dado todo cumpliendo la voluntad del Padre. Nos da en demasía, muy por encima de nuestras posibilidades de respuesta: se entrega a sí mismo hasta la muerte y muerte en la cruz. Procuremos tener esos mismos sentimientos pidiendo al Espíritu Santo que recree en nosotros un corazón semejante al de Cristo para darnos y entregarnos sin medida, sin cálculo y sin esperar más respuesta que la que Dios ya ha anticipado al darnos a su Hijo.
Virginia Fernández