Comentario al Evangelio del lunes 6 de Diciembre de 2025
Mateo explica, en la secuencia evangélica de la fiesta de la Epifanía, lo profetizado por Isaías: la salvación esperada por los judíos alcanza a todos los pueblos. Y Pablo lo afirma en la epístola a los Efesios: también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo. El Niño de Belén, al que acuden guiados por la estrella (magos, reyes o sabios) aquellos a los que la tradición conoce como Melchor, Gaspar y Baltasar, trae la salvación. Los magos representan a todo pueblo, lengua y nación que necesita ser salvado. Es la fiesta de la Epifanía, es decir, para católicos y ortodoxos la revelación de la presencia del Dios encarnado, es decir de Jesús, a toda la humanidad. Esto es lo que celebramos hoy con gran alegría.
Isaías habla de ofrendas de oro e incienso, Mateo añade mirra. Oro como a Rey, incienso como a Dios, mirra -la sustancia utilizada para ungir a los muertos-como a Hombre: el más hermoso de los hombres.
En el Credo que recitamos en la Misa, afirmamos que Jesus es Dios que tomo carne humana y se hizo uno de nosotros y que es verdaderamente Rey. ¿Lo creemos de verdad? Creer de verdad significa que esa fe que profesamos impregna y conforma nuestro pensar y nuestro modo de actuar. Una forma de ser que no anula nuestra condición humana sino que la transforma y la libera. Tener a Jesús por soberano es la fuente y el origen de la libertad más grande: ningún poder, por tiránico que sea, ningún mandato, ninguna circunstancia por adversa que sea tiene poder ante la soberanía de nuestro Rey.
Sucede que, a veces, en lugar de esa soberanía del Señor, ponemos nuestros caprichos, nuestro egoísmo, nuestras ridículas pretensiones por delante de Él. A Él la alabanza y la gloria. Ese Niño que se nos ha dado es nuestro Rey y Señor. Oro e incienso…
Y mirra, porque portentosamente Dios ha tomado carne y se ha hecho uno de nosotros. Y desde entonces y para siempre nuestra carne mortal está recreada y abierta a la esperanza de la salvación y la inmortalidad. Y desde entonces todo lo que hacemos “por uno de sus hermanos más pequeños” se lo hacemos a Él.
Virginia Fernández