Comentario al Evangelio del Lunes 7 de Abril de 2025
No te condeno, en adelante no peques más
El libro de Daniel nos narra una historia que, por desgracia, y con distintas variantes, sucede todos los días: gentes dotadas de poder y prestigio se sirven de ellos para abusar de su prójimo, buscando solo su propia ventaja y su placer. Se trata aquí, además, de una expresión extrema de mal, porque los malvados no solo cometen el crimen, sino que encima son los que “hacen justicia” dictando sentencia contra el inocente. También por desgracia, la segunda parte de la historia de Susana y el profeta Daniel, no siempre tiene lugar, probablemente, mucho menos que su contrario.
La historia que nos narra el Evangelio es como el negativo de la historia anterior, una historia de bien extremo (aunque en tensa lucha con el mal), porque no se salva de una muerte injusta a una inocente, sino que se salva a una culpable de una sentencia dictada por la ley mosaica. Es claro que los acusadores de la adúltera la usaban torcidamente para pillar y neutralizar a Jesús: si la salvaba estaba contra la ley y podía ser acusado con fundamento, si la condenaba, estaba contra la ley romana y, sobre todo, contra sí mismo, desautorizaba su propio anuncio del Reino de Dios, de la misericordia, el amor y el perdón.
Jesús, que ha venido a llevar la ley a su perfección, y que lleva en su propio corazón la ley perfecta, apela a los corazones inmisericordes de los acusadores, posiblemente ellos mismos culpables de adulterio (no se puede cometer adulterio sin la cooperación de las dos partes), los obliga a mirarse a sí mismos, para que comprendan que la misericordia que niegan a la mujer les será negada también a ellos. Y así, el único que tenía derecho a lanzar la piedra por estar libre de pecado, y precisamente por ello, no condena, sino que perdona y exhorta, eso sí, a cambiar de vida. Porque el pecado lleva, al fin y al cabo, a la muerte, ya que nos aleja de la fuente de la vida que es Dios.
Jesús, que está en el templo, escribe con el dedo sobre las losas de piedra, indicando que la vieja ley escrita en piedra está siendo renovada y perfeccionada por él mismo, que no se limita a transmitir la ley, como Moisés, ya que es él mismo el que la escribe, y no en losas de piedra, sino en los corazones de los que escuchan sus palabras. La mujer adúltera marchó con un corazón renovado. Los acusadores con un corazón encogido, pero que, tal vez, fue el principio de su propia conversión. Y es que Dios, en Jesús, no desespera de nadie, ni siquiera de los justos, de los que se tienen por tales.
Nosotros, ya al término del camino cuaresmal, somos invitados también por Jesús a examinar nuestro corazón: ¿estamos dispuestos a lanzar piedras o, tal vez, las lanzamos, creyéndonos así justos? O, renovado nuestro corazón por la penitencia, el arrepentimiento y el perdón, ¿somos dispensadores de la misericordia de Dios?
Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf