Comentario al Evangelio del Martes 10 de Diciembre de 2024
Las veces que en sus parábolas y enseñanzas Jesús usa la imagen de las ovejas y el rebaño ha dado lugar a algunas confusiones a lo largo de la historia. Me atrevería a decir que ha dado lugar a conclusiones erróneas.
Dicen los estudiosos de la biblia que en las parábolas no hay que estudiar cada elemento ni pensar que cada elemento de la parábola tiene un significado específico en la enseñanza de Jesús. Pero hay algunos que las han interpretado en esa línea y han llegado a concluir que los cristianos tenemos que ser como las ovejas, a las que llevan y traen según donde el pastor y su perro tiren la piedra y den el grito. Estirando la interpretación se ha llegado a pensar que la jerarquía eclesial, obispos, sacerdotes… son los pastores y el pueblo de Dios, laicos y laicas, deben ser y portarse como las ovejas. Es decir, que no tienen que pensar por sí mismos sino que simplemente tienen que obedecer lo que les indica la jerarquía.
Nada más lejos de la realidad. En las parábolas Jesús quería solo transmitir una idea, una enseñanza simple. En el caso de la parábola que nos ocupa hoy la idea es que el pastor se preocupa sobre todo por la oveja perdida. El acento no se pone en la oveja, que se puede haber perdido por muchas razones. El acento se pone en la preocupación del pastor y en su alegría cuando la encuentra. Y ahí sí que podemos pensar que el pastor es la referencia a Dios. Lo que nos quiere decir Jesús es que Dios es como el pastor siempre preocupado por sus hijos e hijas. Por cierto, habría que señalar que en ese grupo de las ovejas / hijos e hijas de Dios están incluidos por igual desde el papa hasta tantos hombre y mujeres que forman la comunidad cristiana, pasando por todas las categorías intermedias que hemos terminado creando en la iglesia a lo largo de la historia (obispos, arzobispos, cardenales, curas, diáconos, religiosos, religiosas, etc). Aún más, el rebaño de Dios, sus hijos e hijas, no incluye solo a los creyentes, incluye y reúne a todos sin distinción de credos ni sexo ni lengua ni nación ni… todo lo que podamos imaginar que nos diferencia a unas personas de otras. Todos somos sus hijos. Todos. Y por todos se preocupa y alegra Dios. Eso es lo que nos quiere decir la parábola.
Fernando Torres, cmf