Comentario al Evangelio del martes, 10 de noviembre de 2020
Fernando Torres cmf
Hay gente que tiene la suerte de trabajar en lo que les gusta. He conocido fontaneros y carpinteros que disfrutaban con su trabajo y con hacerlo bien. Hoy el Evangelio habla de los siervos. Dice que somos siervos y que lo único que tenemos que hacer es cumplir con nuestro deber. Y que más allá de eso no hay nada.
Así leído el Evangelio es un poco tirano. Parece que al seguidor de Jesús no le queda más que agachar la cabeza, cumplir con su deber, con lo que tiene que hacer, con las leyes que le imponen, y nada más. No hay derecho ni a una sonrisa. Como decía un formador mío en el seminario, la vida de los seminaristas se parecía a un paño de tela. Si hay en el paño una falta, una trama mal hecho, se ve, se señala y se corrige. Pero si el paño está bien tramado y sin faltas, no hay nada que decir. Es lo normal. Aplicado eso a la vida del seminarista, significaba que si había algo que corregir, se corregía, pero si el seminarista, era un buen tipo y hacía las cosas bien, no había nada que decir. Ni una buena palabra, ni de alabanza ni de ánimo. Porque lo normal es hacer las cosas bien.
Vamos a mirar este Evangelio desde otra perspectiva. Dice Jesús que el siervo no merece gratificación. Cierta. Pero es que el mismo trabajo que hace el siervo ya es su gratificación. Los que estamos en la Iglesia, los que nos sabemos hijos e hijas de Dios, los que trabajamos fomentando la concordia, la fraternidad, la justicia, la misericordia, la comprensión, el perdón, tenemos nuestra gratificación en ese mismo trabajo. Porque ¿qué más compensación queremos que encontrar la mano del hermano y su rostro que nos mira con un gracias en sus ojos? ¿Qué más gratificación queremos que encontrarnos con la mano que nos ayuda y nos invita a levantarnos cuando estamos caídos?
Nosotros, fieles cristianos, somos como esos carpinteros o fontaneros que de que hablaba al principio que están felices de trabajar en lo suyo, que les encanta hacer las cosas bien por pura satisfacción personal. Nosotros tenemos la inmensa suerte de haber sido invitados y llamados por Dios para participar en su reino. ¿Hay mejor destino que ese? ¿Podemos pedir alguna gratificación adicional más allá de sentirnos amados y queridos por Dios?
Ahora podemos entender a Jesús cuando, una vez cansados del trabajo diario, nos invita a reconocer que "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer." No hay que decir más porque somos conscientes de que somos unos privilegiados. Y que nuestro trabajo no consiste más que en hacer, con nuestros actos y con nuestra vida, que el amor de Dios llegue a todos, que nuestros privilegio lo conozcan y lo compartan todos. ¡Qué gozada!