Comentario al Evangelio del martes, 11 de mayo de 2021
Fernando Torres cmf
Jesús se va y el corazón de los discípulos se llena de tristeza. Es normal. En él habían encontrado no solo la orientación y la guía para seguir el camino. También habían encontrado la comprensión y la misericordia ante sus debilidades. Con Jesús habían experimentado la grandeza del corazón-amor de Dios que nos ama más allá de cualquier límite, más allá de todas nuestras miserias. Con Jesús se habían sentido fuertes y capaces de transformar el mundo.
Pero ahora se va. Se quedan solos. Cunde el desánimo entre sus filas. ¿Qué van a hacer? El líder desaparece y parece que nada tiene ya sentido, que el camino que habían comenzado con Jesús no conduce a ninguna parte y que más vale volverse a casa. El sentimiento de fracaso les embarga.
Pero Jesús promete que les va a enviar su Espíritu. El Espíritu les dará fuerzas. El Espíritu les ayudará a encontrar el camino. Nos podemos imaginar el Espíritu como una aparición que continuamente les va a decir lo que tienen que hacer. Pero eso sería caer en el infantilismo. Y lo último que Dios quiere es que nos convirtamos en unos niños eternos que necesitemos siempre de la mano que nos lleve y nos guíe. Dios nos quiere adultos, libres y responsables de nuestras propias decisiones, capaces de arriesgar y, por supuesto, de equivocarnos y de volver a empezar. El Espíritu no está para decirnos lo que tenemos que hacer en el minuto siguiente sino para ayudarnos a crecer y a tomar nuestras propias decisiones. El Espíritu nos ilumina el horizonte al que nos tenemos que dirigir: el Reino, la fraternidad y la justicia de los hijos e hijas de Dios, donde nadie está excluido. Y nos anima a ir haciendo nosotros el camino, a ir tomando las decisiones que vayan haciendo de este mundo la casa de todos los hijos e hijas de Dios. El Espíritu no es una vocecita sino una llama que incendia nuestro corazón y nos anima a crecer y vivir en libertad al servicio del Reino. Y como Pablo y Silas (primera lectura) enfrentaremos las dificultades y no nos desanimaremos. Porque el Reino vale la pena.